Editorial

ETA no ha desaparecido

Las instituciones deben estar cerradas a los amigos de la banda hasta que desaparezca

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La detención ayer en el centro de Francia de dos peligrosos etarras, Itziar Moreno y Oier Gómez Mielgo, activistas bien conocidos y buscados por la Policía, tras herir gravemente a un gendarme en un control y eludir a tiros otro intento de interceptación, demuestra que la banda terrorista mantiene todavía su beligerancia, su condición de grupo violento. Como dijo ayer el 'lehendakari' Patxi López, estas detenciones demuestran que «hay terroristas que todavía se resisten a abandonar la violencia». Gómez Mielgo pudo escapar cuando la Policía abortó en febrero del 2010 el intento de instalar una fábrica de explosivos en la ciudad portuguesa de Óvidos, a las órdenes del dirigente etarra Karrera Sarobe, 'Ata'. Y Moreno es sospechosa de haber participado en la colocación de un coche bomba que destrozó el último día de 2008 la sede de EITB en Bilbao. Cabe suponer, por tanto, que sus desplazamientos por el país vecino perseguían la reconstitución de un comando, la preservación de su exigua pero indudable potencia de fuego para seguir matando o, cuando menos, para mantener viva la amenaza de hacerlo. Apenas se ha escuchado un tibio rechazo de la izquierda 'abertzale' a los tiroteos provocados por ETA, pero en todo caso el hecho de que se constate que ETA no está ociosa, de que sus activistas criminales continúan organizándose en la clandestinidad, alienta la sospecha de que la conversión al pluralismo de sus secuaces, de quienes han arropado políticamente a la banda durante décadas, podría no ser veraz sino una nueva marrullería para sortear el acoso y burlar la firmeza de los demócratas. En definitiva, si las dudas de la cúpula de la judicatura sobre la sinceridad de la voluntad democrática de Sortu pudieran haberse contagiado a la opinión pública, el redescubrimiento de la brutalidad etarra, la reiteración del espectáculo salvaje de unos terroristas que se abren paso a tiros, infunde sin duda nuevas y mayores dosis de desconfianza. Y da la razón a quienes creen que las instituciones democráticas deben seguir siendo inexpugnables para los amigos de ETA hasta que la banda desaparezca de manera clara y constatable.