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Algo falla en la educación cuando la gente se vuelve sorda a los matices de las lenguas

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En los vuelos de una compañía aérea, entre avisos de seguridad y otros mensajes publicitarios, se informa a los pasajeros de que cualquier daño al equipamiento del aparato «podría resultar en prosecución». Sí, ha leído usted bien. Estas son las palabras literales que se repiten cientos de veces al día desde los altavoces de una compañía muy popular. Supongo que se pretende decir que la compañía emprenderá acciones legales contra los vándalos y los descuidados. Pero como hablar así suena demasiado serio, y al cliente es preferible no molestarle demasiado, salvo cuando hay que venderle algo, es natural que los expertos en marketing hayan buscado otra manera, más fina, para contar las cosas.

Se dirá que en ese anuncio no hay más que una mala traducción del inglés. No, no lo es. Traducir es pasar de un idioma a otro, con el inevitable margen de error que eso supone. Pero pasar del inglés a un idioma inexistente no es traducir. Entiendo que la culpa no es de la locutora de la cuña pregrabada -la voz, por descontado, es femenina- por más que su acento sea indefinido y su entonación improbable. Tampoco de los tripulantes, que vienen de cualquier lado y hablan cualquier cosa. O mejor dicho, hablan esa lengua especial que se utiliza en los sitios de paso y que va pareciéndose, cada vez más, al esperanto, el idioma mitológico que todos los que no manejamos con soltura las lenguas extranjeras quisiéramos hablar en determinadas situaciones. Es probablemente también el idioma de las escuelas (llamadas) bilingües cuando se les pide a los maestros que transmitan -vehiculen- los conocimientos y las (llamadas) habilidades en una lengua que no es la suya, y que seguramente no han escuchado lo suficiente. Lo digo por el inglés, porque no quiero meterme en el jardín de las nacionalidades.

No hay nada raro, ni nada malo en todo esto, salvo porque, mientras vayan así las cosas, es difícil que los niños descubran el respeto por la palabra hablada. Para ellos, la lengua es un vehículo. Por supuesto, no se le puede exigir a las compañías aéreas el cultivo de la lengua, pero sí a las instituciones educativas. Por ahora, lo que está claro es que algo ha fallado en la educación de las miles de personas que se suben cada día a esos aviones y no protestan cuando oyen decir «prosecución». Porque si la gente se quejara, es seguro que la cinta la habrían cambiado. Y no me digan que todo esto es no es más que un ataque de purismo. El adiestramiento del oído a los matices de las lenguas viene antes que otras muchas cosas que es necesario aprender. Luego, si no han perdido aún la paciencia, podremos ponernos a hablar de lo mal o bien que va la escuela, y de lo importante que es la formación para salir del paro.