Tribuna

Hacer frente a la pederastia

RECTOR DEL SEMINARIO DE CÁDIZ Y CEUTA Actualizado: Guardar
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Estas líneas están escritas por un hombre creyente y sacerdote que ama profundamente a Jesucristo y a su Iglesia; y que ante todo lo que está saliendo y se está diciendo en los medios de comunicación sobre los abusos a menores cometidos por miembros de la Iglesia, tiene el deseo de manifestar también su visión ante dichos sucesos. Lo primero que brota en mi interior es el sentimiento de vergüenza y de un profundo dolor por los abusos a menores cometidos por sacerdotes y religiosos, y por el silencio irresponsable, y los fallos y errores graves con los que en algunos casos se han afrontado dichos crímenes por parte de algunos obispos y superiores generales de diversas órdenes; no hay justificación para ello; sobran las palabras; simple y llanamente son crímenes y como tales tienen que ser juzgados por los tribunales civiles, como así lo ha manifestado el papa Benedicto XVI.

Todo ello me lleva a manifestar mi fe en Jesucristo y mi fidelidad a la Iglesia. La Iglesia es Santa y pecadora y todo esto nos está haciendo vivir de forma manifiesta y al mismo tiempo tremendamente dura y dolorosa, el aspecto más bajo hasta donde puede llegar lo humano. Dolorosas, junto con el hecho en sí de los abusos, son las consecuencias que estos abusos han provocado en las víctimas: frustraciones, miedos, vidas destrozadas en lo afectivo y en lo sexual, etc. En numerosos casos, dichos abusos han provocado en el corazón de muchas de estas víctimas el bloqueado de su corazón para el encuentro con Dios. Los que eran pastores del rebaño se habían convertido en lobos o en ladrones para el mismo.

Ante estas situaciones, los creyentes tenemos que actuar con ciertas claves, a partir de lo que nos ha indicado el Papa: denuncia de los crímenes, donde los hubiere, a la justicia civil; acompañamiento de las víctimas porque son las más necesitadas de sentir la misericordia de Dios ante el mal sufrido, la Iglesia como madre está cerca, sobre todo del que sufre; cercanía con los que han cometido esos crímenes, ayudándoles a descubrir el mal cometido, invitándoles al arrepentimiento y a la conversión. Hay tres palabras fundamentales que recogen sintéticamente lo que debe vivir y transmitir un cristiano: justicia, misericordia y perdón. Puede que muchos no lo entiendan, o no lo quieran entender, pero los creyentes sabemos que sólo el perdón sana el corazón del hombre; un corazón lleno de rencor y de venganza es un corazón, además de herido y sufriente, un corazón encadenado; un corazón con capacidad de misericordia es un corazón sanado frente a las heridas y pacificado ante el sufrimiento. La persona que alimenta en su interior el perdón va haciendo crecer dentro de ella la paz, y hace progresar en su interior la libertad, arrancando las cadenas del odio y del rencor que le esclavizan.

Junto a todo ello también estamos viviendo con dolor el uso, o más bien el abuso, totalmente injusto, que sobre este tema se está haciendo a través de los medios de comunicación. No es nada nuevo, el ataque a la Iglesia y a todo lo católico es fácil, ya sabemos que viste mucho en esta sociedad lo anticatólico, pero no es de recibo el uso malintencionado, sesgado y manipulado de la información sobre el Papa Benedicto XVI y sobre la Iglesia en general, que aparece continuamente y de forma machacona en los diversos medios. Ahora es este penoso y doloroso tema de la pederastia, ciertamente triste, denunciable y criticable, el que está sirviendo a muchos para deslegitimar a la Iglesia.

La manifestación de este mal y de su crueldad en muchos ámbitos de la sociedad es evidente, pero, si alguna institución lo está afrontando, y asumiendo errores, es la Iglesia. Sinceramente, falta franqueza y limpieza en la forma en que se tratan los temas referidos a la Iglesia, y no digamos el tema que estamos tratando. Creo que son muchos los aspectos y los elementos que habría que tocar y profundizar para ver dónde está la raíz del problema, pero hay muchos que parece que no quieren o no les interesa buscar y conocer la verdad, que sólo usan el tema, el que sea, para criticar, deslegitimar y para mofarse de todo lo eclesial. Veo, cada vez con más tristeza, cómo crece la intolerancia y la fobia a lo católico, la mofa fácil y superflua, la crítica despiadada y sin criterios. Lo peor es que todo ello no parece que tenga remedio, sino que tiene visos de ir a más. Asumimos el rechazo a la propuesta cristiana, el mismo Jesucristo fue rechazado. La Iglesia, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza y demás obispos, seguirá ofreciendo, como siempre ha ofrecido, a pesar de sus errores y pecados, el mensaje liberador, purificador y redentor de Jesucristo muerto y resucitado. Creemos que es el camino que lleva a toda persona a la felicidad, a la plenitud del encuentro con Dios. Esta es la fuerza de la Iglesia: el saber que no se anuncia a sí misma, sino al Dios de Jesucristo, y que en ella no está su fuerza, sino en el Espíritu Santo que la guía, la ilumina y la fortalece.