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UNA DE DOS

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Desde los tiempos de Sófocles y Eurípides nadie había acojonado a los griegos tanto como su primer ministro, señor Papandreou. No necesitó una tragedia en varios actos y muchas máscaras, sino dar la cara y decir la verdad. «Sacrificio o catástrofe», dijo. Como si todo el mundo no supiera que sacrificarse es siempre algo catastrófico. Un buen eslogan debe ser sintético siempre, pero a veces obliga a escoger entre dos cosas que no a todo el mundo le gustan. «O patria o muerte», dijo Garibaldi. «O Zapatero o Rajoy», dicen algunos compatriotas. No podemos escoger a Churchill porque no lo tenemos. Quizá nos hubiera prometido en unos momentos como éstos, ya que no era partidario de engañar a nadie, «sangre y lágrimas». Lo del sudor no entraría en su desagradable oferta porque no hay trabajo.

Papandreou ha dejado las cosas claras: bajar los sueldos, subir los impuestos, reducir las prestaciones y ahorrar cada euro hasta que escampe y lleguen las interesadas ayudas de quienes tienen mucho trato con ellos, les han tomado cariño y no quieren que desaparezcan del mapa europeo. Los españoles, sin ir más lejos, estamos dispuestos a ayudarles. Nuestro lema bien pudiera ser «Mejor dar limosna que pedirla», aunque tengamos un 20% de parados y ellos sólo ronden el 10%. Si algo nos salva es nuestra tendencia a preocuparnos sólo por cosas menores. Entre ellas se cuela alguna vez un asunto trascendental y eterno, como sexo, pero lo desenfocamos. De la píldora hemos pasado a debatir la duración del orgasmo y a explicárselo a los niños como si ignoraran que debiera durar por lo menos lo mismo que el himno nacional. Ayer sonó mucho, gracias a los adolescentes que corren en moto más que nadie. Quizá para huir del contagio griego.