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Ni sí ni no

La prohibición de las corridas tendría como consecuencia inmediata la extinción del toro bravo

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Taurinos y antitaurinos andan metidos en un debate me temo que sin rumbo, porque no puede tener rumbo alguno una polémica que arranca de polos irreconciliables.

En una sociedad en la que una madre puede perder la custodia de su hijo por darle un cachete resulta desde luego chocante que varios miles de personas se congreguen en un espectáculo en que se va a dar muerte a un animal. Hemos alcanzado un grado de civilización en que las formas importan tanto o más que el fondo: casi todos comemos animales muertos a diario, pero no estamos dispuestos a ver no sólo cómo mueren esos animales, sino ni siquiera cómo viven. Para nosotros, un pollo no es un cadáver, sino una materia troceada y blancuzca envuelta en plástico y expuesta en una bandeja. Detrás de una lata de atún no hay un animal capturado con garfios: aquello es sólo el complemento casual de una ensalada. Detrás de un vaso de leche no hay una vaca cautiva en un cubil. La hipocresía no siempre es censurable, de acuerdo, pero es hipocresía.

Argumentar en contra o a favor de la fiesta taurina -que es fiesta para todo el mundo menos para el toro- es una labor que conduce, no sé por qué, a la formulación de simplezas. ¿Los toros son cultura? Sí y no, pero es indiscutible que han generado manifestaciones culturales de relieve. ¿Los toros son una tortura? Sí, y decir que el animal no sufre implica una concepción muy relajada del sufrimiento, pero el toro sólo se cría para eso, y por eso subsiste en nuestros días como raza. ¿Los toros son una tradición? Sin duda, pero las tradiciones no tienen bula para perpetuarse. ¿Los toros deben prohibirse? Sí y no, aunque la única forma decente de prohibirlos sería prohibiéndonos a nosotros mismos la asistencia a los festejos, no a golpe de ley.

Un detalle que no suelen tener en cuenta los detractores de la fiesta taurina es que la prohibición de las corridas de toros tendría como consecuencia inmediata la extinción del toro bravo, animal que sólo resulta rentable para la lidia. Si algún día se prohíben las corridas de toros, al día siguiente serían sacrificadas miles de reses, y a lo sumo quedaría algún ejemplar, como pintoresquismo, en la jaula de algún zoo. La realidad se teje con ese tipo de paradojas: la defensa de un animal puede llevar a su extinción.

En medio de todo esto, algunos políticos oportunistas han declarado la fiesta taurina Bien de Interés Cultural, con una urgencia que ya la querríamos para otras actuaciones de menor interés cultural tal vez, pero de inaplazable interés social.

De todas formas, no creo que esto acabe en gran cosa, más allá del gesto: los políticos antitaurinos quedarán como personas sensitivas y enternecedoras y los políticos protaurinos quedarán como señoritos sádicos de habano y botonadura dorada. Y no es eso. No sólo eso.