Militar demócrata. Fernando Reinlein en su domicilio madrileño con su uniforme, la Medalla al Mérito Militar y su gata Cleo. :: JOSÉ RAMÓN LADRA
Sociedad

Capitanes rebeldes

Tras 35 años de rechazo y olvido, el Ejército reconoce su deuda con los oficiales de la Unión Militar Democrática y condecora a un puñado de ellos con la Cruz al Mérito

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El Ejército de Franco era una basura, un desastre diseñado para amedrentar a la ciudadanía. Estaba tan incómodo en él que empecé a conspirar por mi cuenta, en solitario», recuerda José Ignacio Domínguez, teniente coronel de Aviación (en la reserva) y uno de los integrantes de la Unión Militar Democrática (UMD).

Hay que volver la vista a los 70, enfocar hacia la España gris y ratonera de la época, dominada por espadones, curas trabucaires y beatas meapilas, por franquistas resabiados y delatores donde pensar y disentir era delito, para entender la importancia de que un pequeño grupo de jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas («nunca fuimos más de 150», reconoce el teniente coronel Fernando Reinlein) mostrara de forma pública su oposición al Régimen.

Pasaron a ser unos apestados.

-«Los compañeros nos veían entonces como algo reprobable y extraño», recuerda hoy Reinlein.

Y, después, les llegó el olvido.

El pasado 16 de febrero, la ministra de Defensa, Carme Chacón, quiso corregir la deuda que mantenía España con aquellos capitanes rebeldes y condecoró a 14 de ellos (a tres, a título póstumo) con la Cruz al Mérito Militar. «Eran unos valientes que sabían muy bien a lo que se exponían y siguieron adelante», dijo Chacón.

En 1974 se jugaban la carrera, el futuro y la vida.

La mayoría provenía de familias de raigambre militar y estaban destinados a ser altos mandos del Ejército. Los Reinlein, por ejemplo, son hijos de un militar sublevado, «héroe en Barcelona», que combatió en la División Azul comandada por otro pariente, el general Esteban-Infantes. El bisabuelo del monárquico José Ignacio Domínguez fue fotógrafo de la Casa Real y su abuelo, militar y senador del partido de Cánovas. El fallecido Juli Busquets, diputado socialista y autor de 'El militar de carrera en España', era hijo de un médico de la Guardia Civil y nieto de general... «Éramos los cachorros del Régimen», resume el teniente coronel Reinlein.

Pero el caso más chocante de rebeldía para las huestes franquistas fue el del 'niño de El Alcázar'. Entre sus muros nació durante el asedio republicano Restituto Valero. Desde crío, vestían al chiquillo de legionario y existe una fotografía en la que aparece el pequeño Valero junto al conde Ciano, yerno de Mussolini y ministro de Exteriores de la Italia fascista.

Sin embargo, aquel símbolo franquista renunció al pasado, se enroló en las filas demócratas y fue detenido por militar en la UMD. Cuando, en marzo de 1976, fue juzgado por un tribunal militar en Hoyo de Manzanares espetó a sus jueces todo un alegato antifranquista.

En su intervención ante los togados, en los llamados minutos sacramentales recogidos en su tesis doctoral por el brigada de Aviación Fidel Gómez, Valero precisó que «la unidad de España no se altera, sino que se fortalece, cuando sus oficiales toman conciencia y se preocupan hondamente por los problemas de España y de sus Fuerzas Armadas. Desconocerlos o inhibirse de ellos constituye una actitud irresponsable o abúlica... Entiendo como única solución para España la Democracia con pleno reconocimiento de los Derechos Humanos y con una trayectoria de progresiva justicia social».

Lo que hoy nos parece un más que tibio discurso tenía en aquellos días un carácter incendiario.

Todo había empezado apenas dos años antes.

Entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre de 1974, doce jóvenes jefes y oficiales se encerraron en el domicilio barcelonés del capitán Guillermo Reinlein. No por nada: como Guillermo tenía once hijos había en la casa camas para todos.

Santo y seña: ¿Le gustan los toros?

Allí dieron forma a un ideario, pusieron los mimbres del futuro estatuto del militar, aprobaron una lista de lecturas recomendadas para los nuevos miembros (el entonces rojísimo Ramón Tamames figuraba a la cabeza) y esbozaron unas normas de seguridad para dar esquinazo a los espías del Servicio de Información Militar (SIM) y, en especial, del SECED (el servicio de inteligencia fundado por el almirante Carrero Blanco) que les seguían los pasos y trataban de infiltrarse en la incipiente UMD. «Tuvimos una vigilancia feroz por parte del entonces coronel José María Sáenz de Tejada, que llegó a jefe del Estado Mayor con los socialistas», recuerda Reinlein en su casa de Madrid.

El aviador Domínguez, algo así como el Llanero Solitario de la disidencia militar, le echaba toda la cara del mundo e imprimía sus panfletos a ciclostil en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, justo enfrente de las narices de los espías de Carrero, con oficinas en la calle Vitruvio. «Hacía 500 copias, las metía en sobres y las enviaba por correo a distintos cuarteles. ¿Qué contaba? Escándalos, casos de corrupción, abusos, cosas así... Luego contacté con Miguel Bilbatúa, que era del PCE, y él se encargaba de imprimir y distribuir el Boletín Informativo para Oficiales y Suboficiales».

«¿Le gustan los toros?», era la contraseña que usaban aquellos militares demócratas comandados por Juli Busquets y Luis Otero para referirse a los mandos críticos con el franquismo. «La nuestra fue una rendija pequeña, pero por ella entró una brisa de libertad, aprobada por la sociedad y reprimida con dureza por el aparato militar franquista, antes y después de la muerte del dictador», apunta Reinlein.

La Revolución de los Claveles, el movimiento de los capitanes portugueses veteranos de las guerras coloniales que acabaron de forma pacífica con el régimen dictatorial de Salazar el 25 de abril de 1974, había removido muchas conciencias. «Pero en nuestros tres años de existencia, la UMD jamás tuvo vocación intervencionista, jamás. En Portugal -dice Reinlein- sólo funcionaba el PC, la Iglesia y las Fuerzas Armadas... Lo que hicieron allí fue envidiable. Pero España era otra cosa. Había un tejido empresarial, partidos políticos, sindicatos, oposición... Aquí estaba cerca el 'hecho biológico', como se llamaba a la muerte de Franco, y se sabía que el camino era la democracia. El único estamento que podía lograr la continuidad del régimen era el Ejército».

«Era un ambiente muy cerrado, asfixiante, presidido por la incompetencia profesional y dominado por militares de la guerra que eran irrecuperables. La Iglesia y el Ejército han lastrado de siempre la evolución del Estado», precisa Domínguez.

En España, como resume José Fortes Bouzan, historiador y coronel de Artillería condecorado por Chacón, «el monolitismo franquista había creado una atmósfera tan irrespirable (o conmigo o contra mí) que era imposible permanecer al margen. La tarea de la UMD consistió en echar agua a la pólvora golpista».

No lo tuvieron fácil. En el verano de 1975 fueron detenidos los líderes de la UMD. Reinlein recuerda el episodio en su domicilio madrileño. Es 23-F. De vez en cuando, suena en su móvil 'El himno de Riego' como melodía de llamada. Junto a recuerdos de sus viajes, Reinlein conserva una foto en uniforme, de sus tiempos como oficial paracaidista en el Sahara. Los de la UMD eran tipos bregados. Y el Ejército del Régimen trató de achantarlos. «El 29 de julio de 1975, a las seis y pico de la mañana, se presentaron en casa, con gran aparato, un comandante y dos capitanes del Ejército y seis guardias civiles de paisano. Nos detuvieron y empezó el pulso».

Todos los arrestados, nueve, negaron cualquier vinculación con la UMD, incluida su mera existencia. Hasta su detención, los 'umedos', como les llamaban, habían mantenido numerosos contactos con distintas fuerzas políticas, desde don Juan de Borbón, a Enrique Tierno Galván o Joaquín Ruiz-Giménez pasando por el Partido Comunista. Eran un secreto a voces.

Les acusaron de conspirar para la sedición, de mantener contactos con ETA, el FRAP y el Movimiento de las Fuerzas Armadas portugués y, tras concentrarlos en un hospital militar, les encarcelaron en los castillos de San Julián (Cartagena), Hacho (Ceuta) y La Palma (Ferrol). «Todo fue un tremendo montaje. Querían fusilarnos», recuerda Reinlein. «Milans del Bosch se opuso, le parecía una salvajada».

La única referencia a ETA en aquellos años, apunta Reinlein, fueron dos frases. Un teniente coronel carlista propuso en una reunión de la UMD mantener contactos con ETA VI Asamblea. La idea fue rechazada de plano. «Todos sabíamos que para ETA el único militar bueno era el militar muerto», cabecea Reinlein.

José Ignacio Domínguez se salvó de ser detenido porque se encontraba de vacaciones en Turquía. Allí, en Esmirna, en un número atrasado de 'Le Figaro', se enteró el piloto de las detenciones. A toda plana. La foto de los uniformados supuso una conmoción mundial. «Fue un escándalo. Éramos los hijos del régimen dando caña», rememora Domínguez.

Él se convirtió en la voz de la disidencia.

Viajó a París, dio una rueda de prensa multitudinaria, vestido con un traje prestado por Adolfo Marsillach y que le venía pequeño, en un salón de Cristianos por el Socialismo conseguido por un jesuita vasco apellidado Osaba... «Aquello tuvo un eco tremendo. Pasé un año exiliado en París y Lisboa apoyado por los militares portugueses... ¿Resultados? Yo no he sufrido más que trabas en mi carrera. Aún hoy no me lo perdonan. El Ejército de 2010 es fiel a la Constitución y al Gobierno y, como la mayoría de las Fuerzas Armadas del mundo, conservador. Pero aún quedan en el Ejército resabios y una pequeña herencia franquista: la figura de Franco no ha sido desmontada. Yo me jugué el tipo. Pero recuerdo cómo los fachas celebraban en el Palacio Real la entrada en la UE mientras yo permanecía expulsado del Ejército».

Tres delatores en el juicio

En el juicio, los acusados negaron las acusaciones de rebelión. Tres de sus antiguos compañeros en la clandestinidad actuaron como testigos de cargo contra ellos. «En el sumario había notas descalificantes del estilo 'están casados e influidos por sus mujeres, peligrosas individuas universitarias'», se sonríe Reinlein.

Todos fueron condenados. A Luis Otero, el más veterano, líder ideológico de la UMD y al que acusaban de «comunista», le impusieron una pena de ocho años; a otros les cayeron cuatro y la pena de expulsión del Ejército. En total, 42 años y medio de cárcel para los nueve imputados.

Europa miraba con ojos atentos aquellas condenas. Se esperaba un indulto tras la muerte del dictador... Pero no. Fueron excluidos de la Ley de Amnistía de 1977 (bajo la amenaza de dimisión de toda la cúpula militar que acompañaba a Gutiérrez Mellado), ninguneados y olvidados. «Notamos que éramos personajes incómodos después de pactarse la Reforma», reflexiona Fernando Reinlein.

El 26 de junio de 1977, los integrantes de la UMD decidieron disolver la organización en un acto celebrado en Sant Cugat; sin embargo, no fueron amnistiados hasta 1987. La Cruz al Mérito Militar impuesta hace unos días por Carme Chacón viene a poner las cosas en su sitio. Aunque 35 años después. «Por fin -subraya el aviador Domínguez con un sentido del humor a prueba de bombas- hemos pasado de ser delincuentes oficiales a personas respetables».