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Un derbi de verdad

- Las aficiones estuvieron por encima de sus equipos y dieron a la Copa el brillo que no mostraron los jugadores en el campo

MADRID Actualizado: Guardar
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Decía J. D. Salinger a través de Holden Caulfield que “lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella”. Anoche, según la palabras del joven protagonista de 'El guardián entre el centeno', el Santiago Bernabéu estaba repleto de insensatos, de dos hinchadas dispuestas a darlo todo por sus colores en un partido esperado desde 1992, desde la última final de la Copa del Rey en la que se enfrentaron el Real Madrid y el Atlético.

Ayer, las dos aficiones demostraron por qué el duelo entre merengues y colchoneros es el auténtico derbi, ninguno más debería ser tratado como tal. Los enfrentamientos entre el Madrid y el Barcelona se podrán llamar 'clasicos', el 'partidos del siglo' de cada temporada, o como se le quiera denominar. En el derbi, el de verdad, las rayas no son azulgranas sino rojiblancas. Más aún en una final de Copa en donde, como la muerte, “el pobre y el cardenal, todos van por un igual” y en la que se olvida si los partidos sin ganar a los 'vikingos' son 25 o si ya van casi catorce años 'mojando la oreja' a los 'indios' del Manzanares.

Es verdad que el ambiente creado alrededor de la final que genera el que jueguen dos equipos madrileños en un estadio capitalino (y, además, en viernes por el cambio de día provocado por la coincidencia con el festival de Eurovisión) no es el mismo que con dos aficiones viajeras en una ciudad y un campo ajeno que disfrutan de esta fiesta del fútbol desde la mañana. El hecho de abrir las puertas de acceso solo dos horas antes del partido también contribuyó a que las gradas tardaran en llenarse. Pero todos cumplieron pese al alto precio de las entradas, impropio de los actuales tiempos de crisis. Los seguidores atléticos, más tempraneros y ruidosos que los madridistas, a pesar de estar en una desventaja aproximada de 36.000 a 45.000, se hicieron notar pronto frente a unos anfitriones más sosegados, como cualquier otro partido del Bernabéu. No hubo esta vez una conjura blanca como la del choque de ‘Champions’ contra el Dortmund, pero el ambiente general fue sensacional desde el primer momento, con dos tifos fantásticos para marcar terreno desde el inicio. El colchonero, con un gran Neptuno y el lema “Él domina el mar, nosotros la capital”; el merengue, con “Una ciudad, una conquista” y la enorme figura de un caballero.

Cada uno a lo suyo. Eso sí, unanimidad a la hora de cantar el himno nacional (hacía tiempo que el Rey no vivía este momento sin tener que escuchar silbidos y gritos) y de pitar cuando por megafonía nombraron a ‘Mou’. Incluso los del Calderón se animaron a soltar socarrones un irónico “Mourinho, quédate” (que repitieron cuando Clos Gómez expulsó al técnico portugués en la segunda mitad y en las celebraciones tras el triunfo). A partir de ahí, el cruce de cánticos fue constante, apasionante y, por momentos, ensordecedor. Ni con el tempranero gol de Cristiano la marea rojiblanca se vino abajo y acabó por desbordarse tras el empate de Costa. Mientras, los fieles al Chamartín insistían en sus ánimos a los suyos.

Sin duda, las dos aficiones estuvieron muy por encima del partido, porque el Atlético estuvo encogido y temeroso pese a que tuvo ocasiones para irse adelante, y el Madrid no dio la talla del equipo grande que se le supone que es, salvo en algunas fases de la segunda mitad, evitó controlar un balón que su rival le cedió gustoso y fió su suerte al siempre competitivo Cristiano, que perdió los papeles en la prórroga. La roja directa a Ronaldo provocó una tangana entre los dos banquillos, mientras que Courtois recibía un impacto en la cabeza lanzado desde la bancada de los Ultra Sur.

Y después de 120 minutos de sufrimiento total, llegó el éxtasis atlético, ese que resumió tan gráficamente Jesús Gil cuando intentaba explicar lo que se sentía al derrotar al eterno rival. “Es un orgasmo nacional”, explicaba con su habitual guasa el fallecido expresidente del campeón.