análisis

Carrillo: artífice de esta democracia

Quizá las jóvenes generaciones no capten en su magnitud la trascendencia de aquellos orígenes constituyentes en el bienestar que hemos disfrutado y que amenaza con escaparse

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La muerte de Santiago Carrillo a los 97 años ha irrumpido en el panorama informativo en medio de un gran fragor noticioso y opinativo de las redes sociales sobre la carta del Rey a los españoles, que tanto ha irritado a los nacionalistas catalanes y vascos. La carta y el óbito parecían sucesos dispares, disímiles, y sin embargo entre la parada del corazón compungido del viejo comunista, uno de los principales artífices de esta democracia pacífica, y la palabra preocupada del Monarca había, hay, una estrecha familiaridad: ambos participaron en la reconstrucción de este país después del gran delirio autoritario. Y ambos han expresado vitalmente su preocupación por el descarrilamiento de nuestra convivencia en los deslizaderos de la crisis.

Es comprensible que las jóvenes generaciones no capten en toda su magnitud la trascendencia de aquellos orígenes constituyentes en el bienestar de que hemos disfrutado y que ahora amenaza con escaparse por el sumidero intempestivo de la historia. Sin embargo, quienes veníamos de las oscuridades de la intransigencia y vimos las dificultades de erigir el pluralismo hemos de valorar la gran capacidad de diálogo que los autores de la transición derrocharon hasta construir una España que fue entonces habitable y que, con los cambios pertinentes, debería seguir siéndolo en el futuro si no queremos incurrir en un dramático fracaso.

Muerto Franco, Carrillo representaba mejor que cualquier otro personaje la resistencia democrática y republicana a la dictadura. Y sin embargo, aquel ya entonces viejo luchador renunció a casi todo, incluso a buena parte de sus ideas, para conseguir un marco de convivencia en este país. Con Adolfo Suárez como interlocutor, se plegó a todas las condiciones pragmáticas que se le exigieron en aras de la necesaria concordia. Y toda su vida desde entonces fue una constante llamada a la buena voluntad, a la paz, a la vigencia de los valores básicos del régimen democrático que nos hemos dado.

Santiago Carrillo contribuyó también al apaciguamiento ideológico de Europa incluso desde antes de que cayera el muro de Berlín. Aún en el exilio, creó junto a Berliguer y otros comunistas occidentales el llamado ‘eurocomunismo’, una socialdemocracia peculiar que ya no aceptable planteamientos totalitarios. Y a su retorno a España, contribuyó a mitigar cualquier tentación revanchista o cainita: los comunistas españoles, bajo su dirección, fueron los primeros en hablar de reencuentro y de reconstrucción.

Carrillo fue también –y en estos tiempos conviene destacarlo- un hombre íntegro, incompatible con cualquier forma de corrupción, insobornable en sus opiniones, amigable y capaz de atraer fácilmente la estimación de quienes le conocieron. Ha muerto, en fin, un hombre honrado, hijo de su tiempo y promotor de distensión y de fraternidad.