Tribuna

El olvido de Haydn

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En estos días, el Cuarteto de Cuerda de Tokio -el mejor del mundo- ha interpretado Las siete palabras de Cristo en la Cruz de Haydn, como uno de los grandes clásicos de la Semana de Música Religiosa de Cuenca. Este recordatorio aparece en todas las publicaciones especializadas de España y el extranjero, y es noticia cultural en los grandes periódicos nacionales. Sin embargo, hay un dato extremadamente llamativo ante tanto despliegue mediático, y es -como siempre- el olvido gaditano. Porque, para los que no lo sepan, esa música fue encargada, proyectada y pensada para esta ciudad.

No es un caso aislado este olvido de Haydn, porque desde hace ya bastante tiempo -tal vez demasiado- padecemos una cierta desmemoria con todos aquellos hombres y mujeres que hicieron brillar con luz propia esta ciudad, que -y todo sea dicho de paso- por el poco futuro que tiene no es merecedora de su espléndido pasado. Una desmemoria que se traduce en un desprecio alarmante por todo aquello que se ignora, con una ceguera crónica y terminal, propia de culturas sin pasado con el que pensarse y proyectarse en el futuro.

Todo esto viene a colación porque en estos días de olor a incienso que, por cierto, a tanta masa mueven y tanto importan a nuestras instituciones civiles, vuelve a la calle Rosario su vecino Haydn con su excepcional partitura religiosa sobre las Siete Palabras como si tal cosa. En este sentido, pocas ciudades permanecerían tan pasivas ante una visita tan grata y de tan profundo calado cultural, más allá de un nada cuidado concierto ocasional, dentro de un dudoso ciclo musical que, por los resultados, debería suprimirse sin ningún tipo de reservas. No se puede colocar a Haydn en ese programa, es un disparate.

Efectivamente, el significado emblemático de espacios ciertamente singulares como el de la Santa Cueva, para donde fue pensada y proyectada la partitura de Haydn y para donde Goya pintó tres de sus cuadros, debería mover a una mayor consideración por parte de quien corresponda -la Universidad y el Ayuntamiento, por ejemplo-, de cara a una mayor comprensión pública de su significado y su valor histórico, pero también de acuerdo con una protección y proyección de todo su potencial cultural, que no es poco.

Algo se ha hecho en este sentido: ahí queda la labor de la Fundación Caja Madrid, o la recuperación hace unos años de Las siete palabras de la mano de La Caixa. Sin embargo, no es suficiente. No se trata de una cuestión sólo de mecenazgo cultural, sino de una profunda y rigurosa concienciación de quienes deben, por su naturaleza, fines y funciones públicas, implicarse en este proyecto cultural, básico para la ciudad gaditana como muestra de una ciudad que no siempre había estado tan al margen de la modernidad y el progreso.

Debería pensarse, por ejemplo, en ciclos o seminarios especializados en torno a esas etapas gaditanas de Goya y Haydn, sus relaciones con la Europa de la Ilustración, la cultura musical de la época o ciclos de música de cámara, y todo ello con otros programas más divulgativos dirigidos a otros colectivos menos elitistas, pero siempre dentro de un concepto integral de programa cultural que tuviera como centro ese momento clave y determinante de la historia del entorno y de su espacio.

En fin, no me cabe la menor duda que si al menos una parte de todo ello fuera posible, con iniciativas como éstas, seguramente conoceríamos mejor a nuestro vecino de la calle Rosario y dejaría de ser un completo desconocido. Y de paso esta singular calle dejaría de ser conocida por el horrible ruido que padecemos los fines de semana todos los que vivimos en ella, víctimas de ese botellón insolidario que no nos deja dormir. No se puede escuchar a Haydn y mirar a Goya entre litros y litros de cerveza. Algo habría que hacer. Se me ocurren algunas ideas -algo bélicas-, pero las dejaré para otra ocasión. Este Viernes Santo me quedo, si me dejan, con el ruido de Las siete palabras.