CRÍTICA FIT

“Fuck me”, no. Marina necesita amor.

La coreógrafa y bailarina argentina Marina Otero no esconde su vocación narcisista a la hora de embarcarse en la creación.

Un momento de la obra 'FuckMe'

Germán Corona

Optar por reconocer una necesidad narcisista a la hora de acometer un proceso creativo no tiene en sí mismo ningún misterio ni es algo novedoso. No se trata del “por qué o para qué”, sino del “cómo hacerlo”, es decir, con qué elementos escénicos jugar las cartas de lo que se quiera mostrar al público. La “auto-ficción” puede ser un género en el que cualquier artista encuentre un escondrijo para dejar aflorar ante nosotros su ego más malintencionado. Pero la honestidad de Otero deja claro que va a servirse de nosotros para inflar su maltrecho egocentrismo. Toca ver si habrá sólo eso, ego, o una auténtica necesidad de búsqueda más allá de la superficialidad del yo, yo, yo...

La obra comienza (saltándose el protocolo Covid) con cinco performers sin mascarilla desnudándose entre butacas. Ya arriba en el escenario, el ejército de Marina compuesto por estos bailarines arranca enérgico y a veces furibundo desplegando trazos y movimientos que estarán comandados casi en todo momento por la protagonista.

La dramaturgia de la obra “Fuck me” se devanea entre la delgada línea entre lo ficticio y lo real. Y lo hace manteniendo la expectativa en todo momento de querer saber qué lo es, y que no. Sin duda esto puede suponer una vil triquiñuela para alimentar esa ansiada atención narcisista. Pero afortunadamente para la escena, el formato y la utilización de los recursos espaciales, así como la iluminación, el vídeo proyectado en gran parte del espectáculo y hasta las baladas pop que suenan, engarzan bien y ponen de manifiesto que hay una clara e inteligente intención estética, y un discurso conceptual complejo y contundente. Hay que reconocer que toda la videoproyección es acertadísima pues juega, sin abusar, de los distintos planos en los que podemos ver una misma imagen deconstruyéndola al pasado y presente.

Con su propia voz y la de su séquito, la autora comparte sus miedos, deseos y todo aquello que los años, el espejo y los recuerdos le devuelven. Y así nos lo transmite: crudo. La fuerza ya no será la misma, ni la belleza tampoco y ella lo sabe. Marina quiere ser iluminada y eterna.

Jugando entre lo que es real y lo que no, Otero nos plantea uno de los mayores miedos de quien trabaja y vive con y para el cuerpo: la invalidez o una larga convalecencia que arranque de cuajo toda visión de futuro y con ello, una muerte en vida para ser solo testigo de lo que se fue.

PD: Marina pide “Fuck me”; en realidad lo que necesita es amor.

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