la última

Pongamos que hablo de Ripoll

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He relatado muchos paseos por Cádiz, siempre vivificantes porque conducen a esa mar de la cual procedemos y siempre nos llama. Hoy voy a hablar de uno muy especial que me llevó al encuentro de un amigo y de un poeta. El cielo debe ser volver a estar con los amigos y es la poesía siempre «necesaria como el aire que exigimos» (Gabriel Celaya). Fue el pasado martes al caer la tarde de un caluroso día de levante sobre los prolongados tonos verde de la Alameda, alcancé el antiguo Pabellón de Ingenieros (Silvestre Abarca 1760), Centro Cultural Reina Sofía tras su reciente adecuación por los arquitectos Vellés y Domínguez. Allá esperaba José Ramón Ripoll (Cádiz 1952), gran amigo y excelso poeta con quien he compartido procelosas travesías como, desde 1991, la de Revista Atlántica de Poesía que aguarda amurada a un barco pirata en alguna isla remota pues los proyectos poéticos no mueren nunca. Pronunciaba una conferencia sobre un apasionante tema que ya nos atrapó cuando en 1998 preparamos el número 16 de la Revista: Nueva York en un Poeta, con una de sus más bellas portadas, en la cual aparece el sello de correos impreso por la República Española en 1937 para conmemorar el 150 aniversario de la independencia de Estados Unidos. En una poética exposición José Ramón relató el viaje y estancia de Lorca en la ciudad «donde los artistas suben al cielo sin voluntad de nube ni voluntad de gloria», y en la cual compone «uno de los más asombrosos poemarios de la lengua española».

Me interesó la historia poco conocida del manuscrito que Lorca entrega a Bergamín en Madrid poco antes de caer fusilado en Granada. Editado en inglés por Norton en 1940, poco después aparece ya en castellano en México, pero no es hasta 2013 cuando Galaxia Gutemberg publica en España una edición definitiva, a partir del original adquirido en una subasta. Destacó Ripoll la denuncia del capitalismo por parte del poeta asesinado: «Lo impresionante por frío y por cruel es Wall Street» y nos deleitó al recitar los últimos versos de ese poema en que abomina de la deshumanización de los mercaderes: «Y me ofrezco a ser comido/ por las vacas estrujadas/ cuando sus gritos llenan el valle/ donde el Hudson se emborracha con aceite». La conferencia forma parte de un ciclo sobre arquitectura y poesía que se prolongará hasta final de mes. Recuerdo la separata que animado por Ripoll publiqué en 1999 con el número 20 de Revistatlántica, titulado: Arquitectura Seca, título inspirado en la sentencia de Octavio Paz: «La poesía ha de ser seca para que arda y nos ilumine». José Ramón Ripoll, uno de nuestros mejores poetas secos, ha publicado varios poemarios desde 1978 y sigue entregado a la poesía porque forma parte de su alma. Recientemente acaba de editarse en Colombia una antología de su obra con el título «La Vida Ardiendo» (Bogotá 2013). Premio Rey Juan Carlos en 1983, Beca Fulbright en 1984. Joaquín Sabina ha musicado alguno de sus poemas lo que inspira el título de este artículo que dedico con cariño al amigo poeta.