opinión

Adiós al año de las luces

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El año de las luces se apaga como las bombillas del árbol de Navidad después de Reyes. A estas alturas, ya solo nos queda el recuerdo de doce meses donde Cádiz ha brillado en el firmamento con el Bicentenario de la Constitución pero, al mismo tiempo, este año nos deja un sabor agridulce por esa extraña sensación de lo que pudo haber sido y, lamentablemente, no fue. Me he declarado siempre un seguidor incondicional de la víspera más que de la propia fiesta. No es un trauma infantil. Al contrario. Es lo que se hereda de una educación en familia numerosa, donde los momentos previos a un cumpleaños eran más excitantes que el instante mismo de soplar las velas. Resulta emocionante esa expectación que generan los preparativos de algo que aun está por llegar y en el que hemos depositado todos nuestros sueños. El 2012 que ahora agoniza ha sido el encuentro con una fiesta muy esperada por los gaditanos que, sin embargo, ha sabido a poco. Recuerdo todas las promesas que se hicieron para que esta fecha marcara un antes y un después en la historia de ciudad. Las palabras dieron lugar a los hechos y, desde luego, el resultado de esta fastuosa celebración no es para estar totalmente satisfecho. Se han olvidado demasiadas maletas en el tren. El consejero de Presidencia de la Junta y primer presidente del Consorcio del Bicentenario, Gaspar Zarrías, utilizó en 2008 la jerga de su etapa como recluta militar para definir el futuro de las obras programadas para el Doce y adelantó entonces que todas las infraestructuras previstas estarían «en perfecto estado de revista», pese a la premura de tiempo. Luego vendrían el presidente Chaves y el consejero Luis Pizarro a recordarnos que el puente de ‘La Pepa’ (hoy de la Constitución de 1812) estaría terminado con antelación, mientras que la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, se atrevía a anunciar que la línea de alta velocidad entre Madrid y Cádiz entraría en servicio sin retraso, lo que permitiría cubrir el viaje en tres horas y quince minutos. La expectación por el evento subía como el humo de un cohete. Cada acto político, por pequeño que fuera, llevaba una dosis de ánimo a favor del Bicentenario. La Junta desplegó todo su arsenal para vender la conexión por tranvía en la Bahía, la construcción, por fin, de la Ciudad de la Justicia, la puesta en marcha del Museo del Carnaval y la reforma del Castillo de San Sebastián para convertirlo en el Faro de las Libertades, uno de los símbolos, junto con el Oratorio, del Bicentenario. Mientras tanto, el Gobierno de la Nación se ponía las pilas para culminar en dos años un Parador y, a duras penas, hilaba un programa cultural de primer nivel sin perder de vista la Cumbre de jefes de Estado de Iberoamérica. La celebración ha sido un éxito, aunque solo retengamos en la memoria la gran fiesta urbana del 19 de marzo, el desfile veraniego de Carlinhos Brown, y una impresionante foto familiar de los presidentes de Iberoamérica en el Palacio de Congresos. Pocos se acuerdan ya de las exposiciones y reuniones sectoriales que vinieron a Cádiz para engordar el programa de actividades. El recluta Zarrías se equivocó y, desde luego, las infraestructuras no han estado en perfecto estado de revista y lo que es más grave aún, algunas de ellas ni están ni se les espera, como es el caso del nuevo hospital. El 2012 se va y abrimos la puerta al 2013, un año con mal fario. El presidente Mariano Rajoy ha reconocido que será un año muy duro y ha pedido comprensión.