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Marruecos toma nota

No hay peleas ni gritos en las calles como en Túnez y Egipto, pero las redes sociales echan chispas

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Zineb El Razoui se zampó un bocata con varios colegas en un bosque de Mohammedia para reventar el Ramadán. Un acto de rebeldía convocado en Facebook contra el Código Penal marroquí que acabó con la pandilla de rodillas, esposada e interrogada durante horas. Las cuentas de correo electrónico de la joven periodista, colaboradora de ‘Le Monde’, fueron saboteadas y sus conversaciones privadas, pinchadas y difundidas. Cinco meses después de la ‘quedada’, Zineb se prepara para saltar a la calle y reivindicar un estado laico y democrático. Quizás lo haga hoy mismo en las calles de Rabat si al final prospera la manifestación convocada y desconvocada varias veces por la asociación para la integración de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Todo parece posible en la onda expansiva provocada por la revolución tunecina y egipcia.

En Marruecos, el guardián africano de las puertas de Europa que tapona la inmigración ilegal y los movimientos radicales, donde España es el segundo país inversor por detrás de Francia, gracias a unos vínculos económicos muy diversificados para dar estabilidad a las relaciones bilaterales ante los vaivenes políticos, no hay tiros, plazas abarrotadas de manifestantes, ni presidentes huidos. Pero algo se mueve. «La gente es consciente por primera vez de que puede cambiar las cosas. Jóvenes y viejos por igual han acogido con satisfacción la caída de Ben Ali y siguen sin aliento lo que pasa en Egipto. Aquí el rey concentra todos los poderes y no hay libertad de expresión. El rey no puede negar la profunda inquietud que vive nuestra sociedad, sumida en una profunda crisis económica, con toda una generación de marroquíes que prefiere morir en patera en lugar de probar suerte aquí», denuncia Zineb, fundadora de Mali (Movimiento alternativo para las libertades individuales).

Mohamed VI niega con su silencio lo que admite con gestos. El país norteafricano aparentemente menos afectado por la ola de cambio ha anunciado nuevas subvenciones para los hidrocarburos y alimentos básicos, como el azúcar, el aceite o el trigo, pese al riesgo de poner en peligro las arcas públicas. Hace quince días lanzó una licitación para comprar 300.00 toneladas de cereales. A la par ha recortado los gastos de funcionamiento de la Administración y reducido la inversión un 10%. De paso, ha cortado cualquier comunicación con los aeropuertos egipcios y desmentido airadamente informaciones como la de TVE donde se aseguraba que Rabat habría trasladado a tropas del Sáhara hasta las puertas de las principales ciudades marroquíes en previsión de posibles disturbios. El temor al contagio es palpable.

Cinco bonzos

Con experiencia en revueltas espontáneas como la del pan de 1981, saldada con 66 muertos en Casablanca, las autoridades están atentas a cualquier movimiento, a apagar cualquier foco que huela a chamusquina. Literalmente. Cuarenta profesores sin empleo han intentando quemarse a lo bonzo esta semana ante la sede del Ministerio de Educación en Rabat. Pero ‘solo’ ardieron dos de ellos porque unos agentes evitaron la tragedia con mayúsculas. En enero, otros tres hombres intentaron acabar con sus vidas envueltos en gasolina y llamas. Ninguno de los cinco ha sufrido heridas letales. Pero el incendio que realmente preocupa al 18º rey de la dinastía alauí es el que ha prendido en internet, aunque de momento se exprese muy tenue en la calle. Y ése no hay Ejército que lo apague.

La Red cuenta con 835.000 abonados en Marruecos, un 49% más que a finales de 2008. Y la mitad de ellos navega ya con conexiones ADSL. Un cambio tan radical en la manera de comunicarse como la que ha experimentado la vida de Rachid Assem. De niño se movía en burro por las afueras de Mohammedia, donde su padre se ha dejado la espalda como taxista hasta darle estudios universitarios. Hoy conduce una furgoneta Hyundai, viste ropa de diseño y no se asombra cuando en el aeropuerto de Casablanca ve desenfundar a una hermosa chica marroquí su documentación de una cartera Louis Vuitton. «El problema es que luego miras un poco a tu alrededor y ves tanta desigualdad y miseria, que piensas que han alcanzado un umbral crítico. Debemos hacer algo, de forma pacífica, pero necesitamos cambiar el rumbo. El camino hacia la democracia es imparable».

Rachid representa a la incipiente clase media en un país donde una de cada seis personas vive con menos de un euro por día. Pertenece al 10% de la población con mayor poder adquisitivo, la que realiza el 31% del total de los gastos de consumo. Un reparto nada equilibrado, porque el 10% que menos tiene apenas gasta un 2,6% de la tarta, según los datos de la Oficina Económica y Comercial de España en Rabat. Samira Benkiran sobrevive en ese segundo y abultado grupo de marroquíes que apenas ha notado el despegue económico de una nación que no ha parado de crecer en los últimos diez años. Madre soltera, se alejó de la casa de sus padres para dar a la luz a su hijo con la ayuda de una ONG y criarlo en vez de abandonarlo como hicieron otras 6.480 mujeres, la mayoría urbanitas, el último año. Las más débiles de la cadena. «Antes tenía sueños y ambiciones. Luego se me vino todo abajo. Me derrumbé. Ahora estoy saliendo y sueño con que seamos capaces de llevar a cabo una transición pacífica, pero irreversible».

Samira estudia en la universidad de Fez, una de las más combativas del país. Junto a un puñado de compañeros –no superaron el centenar–, gritó el domingo pasado contra el incremento de los sueldos que el Gobierno ha «regalado» a los policías. Esa misma noche también hubo protestas, discretas, en Tánger y Rabat. La gente pedía pan, pero para algunos intelectuales «eso es solo un pretexto. Son tanteos. Detrás hay otra motivación. Hay un movimiento de cambio en todo el país, otra cosa es la velocidad y cómo se dé. La gente está enganchada a Al Yasira, viendo lo que pasa en los países vecinos y deseando una democracia constitucional, donde el rey reine, el Gobierno gobierne y el Parlamento legisle. Un saneamiento de la justicia y la vida política tan deterioradas, con la inmensa mayoría de los partidos en la poltrona», ilustra Bernabé López, uno de los catedráticos de Historia del Islam Contemporáneo que más atento sigue la evolución de Marruecos.

La Constitución de 1970, modificada en 1992 y 1996, prohíbe la existencia de un partido único y garantiza la libertad de asociación, aunque existen tres principios incuestionables: el carácter islámico del Estado, la integridad territorial del país y la persona y la familia del monarca. Tras las elecciones parlamentarias de 2007, con una pírrica participación del 37% y una mayor transparencia que las anteriores, 22 de los 28 partidos existentes consiguieron representación.

El rey nombró primer ministro a Abbas El Fassi, el secretario general de Istiqlal (Independencia), la formación más veterana, nacionalista a ultranza y de tendencia conservadora. Gobierna desde entonces en un multipartito con 23 ministros, 3 ministras y un porrón de secretarías de estado. El problema del sistema marroquí es que la práctica totalidad de las formaciones no son ajenas al poder. La izquierda no institucional, por su parte, goza de credibilidad, pero está atomizada y no termina de lograr una visibilidad política. Y el islamista Partido Justicia y Desarrollo (PJD), el más fuerte de la diluida oposición, «es muy prudente, se siente muy vigilado. La ola les desborda», coincide el catedrático español con escritores y activistas de los derechos humanos como Fouad Abdelmoumni, uno de los más significados estos días en la sociedad civil y en las redes sociales, o Khadija Riyadi, presidenta de la independiente Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH). «Ha llegado el momento de presionar para que se instale un verdadero estado constitucional democrático, moderno, solidario, que permita el progreso y la equidad, libre de la escoria medieval. Pedimos que algún día nuestro pueblo pueda vivir en democracia», claman.

El hombre elegido

El titular de la Cátedra Unesco de Derechos Humanos de la Universidad Mohamed VI es Omar Azziman, reconocido jurista y diplomático, embajador de Marruecos en España de 2004 a 2010. A él le tocó apagar el fuego de la activista saharaui Aminatu Haidar. Exministro de Justicia y dueño de un extenso medallero internacional donde brillan la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil de España (2000) o la distinción de Comandante de la Legión de Honor de Francia (1999), podría tener en sus manos una de las claves para impulsar esa transformación profunda en el engranaje político del país que reclaman los intelectuales en el papel y la sociedad civil, en las redes sociales. Como ha confirmado Azziman a V, el rey le encargó hace meses un estudio que defina una nueva forma de relacionarse las regiones y el poder central, un modelo de gobierno más descentralizado y democrático, «que aún no está concluido». En círculos diplomáticos se ve como una futura herramienta vital para sincronizar los cambios que se esperan en el país desde hace meses, incluida la sustitución del desgastado Ejecutivo de Abbas El Fassi.

«Quizás, el propio rey aproveche este momento para acelerar el cambio, adelantarse a la calle y hacerlo a su manera», coinciden varios analistas. Empiezan, incluso, a sonar algunos nombres con más fuerza que otros, como el del máximo responsable de la economía y las finanzas del país, Salaheddine Mezouar, para primer ministro, y el del respetado Omar Azziman, para Asuntos Exteriores. Otra cosa es la profundidad y alcance del proceso que estaría madurando el monarca y cómo afectará al Ejército, donde numerosos generales han hech o negocios millonarios. Otro de los grandes interrogantes es el papel que desempeñará el político que más manda en el país, el exministro de Interior e íntimo de Mohamed VI, Fouad Ali El Himma. Él fundo el Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM), concebido por el propio rey para dar un golpe de mano en el oxidado sistema partidista. Vencedor de las elecciones comunales de junio de 2009, está colocado en situación preferente para repetir su triunfo en las generales y rematar su asalto al poder.

Mientras en el palacio real se ensayan distintas partidas de ajedrez y escritores de la talla de Abdellatif Laâbi se juegan la pluma reivindicando una reforma constitucional «que instaure la separación de poderes y combata la pobreza», la movilización sigue más viva que nunca en la red. Zineb El Razoui, nuestra periodista del bocata; Samir Bargachi, editor de la primera revista para gays del mundo árabe; Oussama el Khlifi, un parado desesperado; o Najib Chaouki, uno de los astros de Facebook, convocan manifestaciones para el 20 de febrero. Y no parece que se vayan a quedar en cientos de seguidores como el domingo pasado. En esta semana se les han adherido 15.000 internautas.