Una ciudad china recicla sin control la basura informática del planeta
suplemento v

EL INFIERNO ELECTRÓNICO

Humos tóxicos, ríos fétidos, niños que reciclan ordenadores sin protección... En Guiyu todo el mundo vive de la basura

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Corren ríos de tinta sobre Guiyu. Pero no de forma metafórica. Es literal. Por los canales que surcan esta ciudad de la provincia sureña de Guangdong corre un líquido negro, fétido y lleno de pequeñas burbujas que, según un informe de Greenpeace, tiene acidez suficiente como para desintegrar una moneda de un penique en pocas horas. Claro que estas aguas de Guiyu no desentonan con el resto del paisaje.

Las orillas están llenas de sacos y bolsas de basura de las que manan toda clase de residuos tóxicos, y las calles se han convertido en un vertedero bien organizado con un denominador común: todos los desechos tienen origen electrónico. Hasta aquí viajan, de vuelta, muchos de los aparatos que han dado sentido a la era de la globalización.

El asfalto está cubierto por montañas de desechos clasificados que, como una plaga, se introducen incluso en los edificios grises de hormigón desnudo que dan a Guiyu una fealdad uniformada. De las ventanas salen monitores de televisión, teclados, módems, placas madre y sus hijos los chips, como si las viviendas sufrieran un empacho electrónico y vomitaran sus componentes.

No es para menos. Los amenazadores tráileres que conectan a velocidad de vértigo el puerto de Shantou con Guiyu transportan cada año entre 750.000 y un millón de toneladas de basura para su reciclaje manual en unos 5.500 negocios particulares. Eso supone que, básicamente, toda la ciudad vive de ello. Entre el 60 y el 80% de los 150.000 habitantes obtiene ingresos por esta vía de forma directa. No en vano, hasta el mayor vertedero electrónico del planeta llega casi el 60% de todos los aparatos que se desechan en el mundo.

Aunque el país prohíbe su importación y es uno de los firmantes de la Convención de Basilea, redactada para impedir que el primer mundo vierta sus aparatos en el tercero, en torno al 55% de esa basura tiene su origen fuera de China, y no faltan etiquetas en castellano. Pero, con el auge del consumo en el gigante asiático, tampoco escasearía el trabajo si se impidieran las exportaciones. Según la agencia de noticias oficial Xinhua, el Gran Dragón produce casi 1,5 millones de toneladas de residuos eléctricos y electrónicos al año.

Teniendo en cuenta que de un ordenador se puede reciclar el 90% de sus componentes, y que un frigorífico está compuesto de hierro en un 49%, y un televisor tiene hasta un 3% de cobre, las montañas de desechos de Guiyu son una mina. No es una exageración. Sus habitantes producen en torno a 600.000 toneladas de materias primas refinadas, entre plástico y metal. Una cantidad que equivale a unos dos millones de toneladas de metal bruto en una mina.

Claro que el trabajo de los ‘recicladores’ no es mucho mejor que el de minero. Se lleva a cabo en sótanos y viviendas particulares. Solo un par de pequeñas fábricas realizan un proceso reglado. En el resto no hay ningún tipo de control. Cada familia se especializa en algún componente o tipo de materia prima, y eso supone el contacto con metales pesados y otras sustancias altamente nocivas. Y nadie cumple las mínimas medidas de seguridad.

De hecho, Yang, que prefiere mantener su nombre de pila en secreto, se dedica a extraer el cobre de los cables con su bebé en brazos. El proceso incluye quemar el plástico que recubre el preciado metal, exponiendo así al pequeño al espeso humo negro que produce. «Sé que no es lo más adecuado para el niño, pero no tengo con quién dejarlo», se disculpa. Muchos otros siguen su ejemplo.

Y es que el negocio de la chatarra electrónica deja 80 millones de euros de beneficio anual en Guiyu. Eso se traduce en unos 16 millones de ingresos gubernamentales por impuestos. Pero es la microeconomía lo que más pesa. Trabajadores por cuenta propia como Yang consiguen unos ingresos que superan en seis euros diarios los de un agricultor o un trabajador de cualquier otra industria. «Depende del día, pero puedo ganar unos 250 yuanes (unos 28 euros diarios). Ahora el cobre se paga a 60.000 yuanes la tonelada (6.800 euros) y me va muy bien», afirma.

Por eso, este periodista no es bienvenido. Incluso la Policía le conmina a marcharse de Guiyu. «No podemos garantizar su seguridad si se queda por la noche», afirman los agentes de una patrulla que ha sido alertada por varios vecinos que intentan evitar la toma de fotografías por todos los medios posibles, incluidas amenazas verbales y físicas. Algunos no dudan incluso en seguir en motocicleta a este informador y asegurarse, a voz en grito, de que nadie conversa con él.

Pero no todos los vecinos se doblegan ante el poder del dinero. Varios residentes de un bloque de viviendas, situado junto a uno de los talleres ilegales, cerrado a cal y canto, invitan a este periodista a refugiarse. Están en lucha. «Queremos proteger a nuestros hijos de la muerte lenta que les espera si la situación continúa», comenta uno de los vecinos. Su hija sufre asma y su estado de salud peligra cada noche.

La razón está en el humo tóxico que emite el taller, cuyo trabajo, aseguran, es el reciclado de baterías de teléfonos móviles. «Sacan el litio y lo revenden, pero sólo operan durante la noche para que no sea tan evidente. Pagan a la Policía para que haga la vista gorda, y muchos vecinos tienen miedo de denunciarles porque utilizan a matones», explica una mujer que llama a otro de los vecinos. Aparece con un DVD. «Queremos que se sepa lo que pasa aquí», aseguran. «Hemos grabado estas imágenes y las hemos enviado a diferentes televisiones, pero nadie las ha emitido». De hecho, lo único que han conseguido son amenazas. «A un vecino le dieron una paliza y se ha mudado».

Talleres clandestinos

La grabación no deja lugar a dudas. A las tres de la mañana la actividad es frenética. Nada que ver con la quietud que reina durante el día. Un pequeño camión ha aparcado a la entrada y trabajadores del taller descargan varios sacos. «Ahí van las baterías», asegura el padre de la niña asmática. Media hora después, de la chimenea comienza a brotar un humo parduzco que, según los vecinos, tiene un olor repugnante y hace que la garganta estalle de picor. La actividad no cesa hasta el amanecer, momento en el que un hombre sale con varios bidones. «Son productos que utilizan en el proceso y que tiran luego al río», denuncia la mujer.

El problema del reciclado no es sólo sanitario y medioambiental. A pesar de las leyes que los protegen contra el trabajo infantil, cientos de adolescentes trabajan en los talleres familiares semiclandestinos. Huang, por ejemplo, a sus once

años ayuda a sus padres a recoger y procesar placas de ordenador después de la escuela. Su equipo de protección consiste en un par de guantes de tela blanca. «Es normal que ayudemos. Así ganamos más dinero y podemos ir a la escuela. Mi hermana (que, por su apariencia, no tendrá más de seis años) clasifica lo que nos traen, y yo ayudo a mi madre a fundir el metal. Peor es trabajar con el plástico. Mi padre luego vende lo que sacamos», comenta. Huang accede a hablar porque el padre no está, y solo hasta que su madre le grita que no cuente nada.

Módems de contrabando

En la calle de al lado acaba de llegar un cargamento de módems. Un anticuado camión azul se limita a dejarlos caer sobre el asfalto. Luego, unos hombres utilizan un pequeño montacargas para meterlos en contenedores y distribuirlos por los hogares de quienes aprovecharán el plástico, que se clasifica según su calidad. A pesar de que la operación se hace a mediodía y en un espacio público, el responsable impide que este periódico hable con los trabajadores y tome imágenes.

Según comenta un vecino, los aparatos han llegado de Estados Unidos y son, por lo tanto, de contrabando. El logotipo de AOL (America Online) impreso en algunos de ellos parece darle la razón. Curiosamente, la primera potencia mundial es el único país industrializado que se niega a ratificar la Convención de Basilea. La Agencia de Protección Medioambiental de ese país sólo supervisa la exportación de un producto: los tubos de rayos catódicos de los viejos monitores. Y, según el propio gobierno estadounidense, ni siquiera hace eso correctamente.

Un informe de 2009 descubrió que 43 empresas de ese país exportan los tubos sin el permiso requerido. «Hay compañías de reciclaje occidentales que prefieren enviar la chatarra aquí antes que procesarla en sus países de origen. Les sale más barato y evitan la contaminación», asegura Wang, propietario de una fábrica legítima que «solo acepta productos nacionales» y ofrece las medidas de seguridad necesarias para hacer el trabajo. «Pero es difícil competir así con los pequeños negocios que no cumplen ninguna normativa y salen mucho más baratos», se lamenta.

La fuerza de estos últimos queda patente en cada puerta y cada vehículo. Los triciclos, motorizados o no, van cargados hasta límites surrealistas con todo tipo de chatarra. Desde tóneres de impresoras hasta lavadoras. No hay más límites en Guiyu que los que imponen las mafias. «Tenéis que iros ya», recomienda al atardecer el padre de la niña asmática. «Aquí no estáis seguros después de lo que habéis visto».