El escultor gaditano le da los últimos retoques a un grupo escultórico en su taller de la calle Buenos Aires. :: ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

Una vida moldeada en barro

Este artista de la calle Buenos Aires abrió en los inicios de su carrera una pastelería para sufragar sus primeras tallas El taller de Nando lleva más de 40 años creando esculturas en el Mentidero

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Moldea la arcilla con sus manos y sus esculturas juegan como niños. Se inspira en la maternidad para hacer arte del barro, y entre marrones envejecidos, testigos de la historia, se percibe un sentimiento gaditano. A sus 67 años, el escultor Fernando Benítez Salido, conocidos por todos como Nando, sigue con aquella afición que desde los 14 viene practicando. «De niño me gustaba tallar los monumentos de Cádiz en barras de tiza y era una cosa graciosa». Ya jubilado, confiesa que no puede estar en la casa «sin hacer nada».

Fernando explica que ha intentado seguir haciendo esculturas en la cocina de su casa, «pero no es lo mismo». Por eso sigue viniendo al taller de la calle Buenos Aires, que abrió hace más de 40 años y que ahora lo lleva su hijo. «Él se está dedicando a la pintura y hace un arte diferente. Es más atrevido que yo». La arcilla que moldea ahora sus manos es por simple devoción y ya no realiza trabajos.

Fernando estudió en Bellas Artes y aunque siempre mantuvo vivo su afán por esculpir, trabajó «un tiempo» en la profesión de la familia. «El arte no daba para vivir» y, por eso, abrió una pastelería frente al taller, en donde exponía sus esculturas. «La gente de fuera que por aquellos años ya venía a Cádiz se sorprendía, y decía que había entrado a comprar pasteles y que se iba con obras de arte», recuerda el escultor.

A lo largo de su vida siempre ha intentado tener otros negocios, desde una tienda de regalos hasta una 'boutique'. «Yo nunca llegué a ahorrar porque todo lo invertía, pero la tienda de ropa fue un fracaso y se lo llevó todo». Este escultor gaditano, que lleva más de medio siglo dedicado a dar vida a la arcilla, tiene claro que «siempre malvendí porque vivir de esto es difícil y me he tenido que ajustar a los bolsillos de los compradores».

Sábados, domingos y días entre semanas desde las ocho de la mañana hasta las 12 de la noche. Todo era poco para poder vivir del barro. «Mi ambición siempre ha sido el trabajo y he luchado mucho», manifiesta Fernando. Él, como tantos otros artistas, sabe lo duro que es vender las horas de creatividad por un valor justo. Sin embargo, algunos esfuerzos se ven recompensados y Cádiz tiene rincones donde apreciar sus obras. El busto de Paco Alba en La Caleta, el de José Martí en la Alameda y el tímpano de la puerta de la capilla del Beato Diego de Cádiz son de los más conocidos.

Aprendizaje sin fin

Pero los bustos no son la especialidad de Fernando, al igual que tampoco los temas religiosos. «Nunca se me han dado bien los retratos ni los temas religiosos», defiende. El suyo es un arte que «fantasea más», a pesar de que «aún no haya aprendido la profesión». Fernando afirma que su mejor escultura «aún está por hacer» y confiesa que incluso sueña con el trabajo. «Nunca quedo satisfecho con lo que hago y siempre pienso que la próxima vez saldrá mejor», aunque reconoce también: «cuando pasa el tiempo y vuelvo a ver una escultura sí me gusta».

De musas

Su inspiración son «los niños y la maternidad». En el taller, conservando la firma de Nando, siguen presentes las esculturas que recuerdan a su infancia «feliz». Fernando ha dado vida a sus niños de barro cocido, que se divierten en los juegos de antaño, que han quedado inmortalizados en la arcilla moldeada por sus manos. La ternura única que sólo las madres saben expresar es también todo un referente para este escultor gaditano, y por eso no faltan entre sus piezas expresiones femeninas tratadas con delicadeza.

Y, como buen vecino de su tierra, también ha puesto formas y rostros a aquellos personajes populares que una vez anduvieron por la 'La Tacita de Plata'.

María la de los Bollos, Juanito el Guitarra, El Botellero. A cada uno de ellos le acompaña una historia y un recuerdo, que sólo los años vividos conocen y comparten cuando se pregunta por el origen de esas figuras. Entre ellos, Vicente el Largo, un hombre muy alto que, según las habladurías de los gaditanos, vendió su cuerpo a la Facultad de Medicina; María Bastón, una afrancesada dedicada al teatro que un día desembarcó en la ciudad de Cádiz.

A pesar de la crisis de su época, salía a la calle vistiendo lujosos trajes, «porque era del mundo del teatro», y provocaba la risa de los niños. Esta última es una persona que probablemente vivió en el siglo XIX y que Fernando recrea en sus esculturas por el recuerdo de lo que le contaron sus mayores.

Confiesa que no tiene escultor de referencia y que lo que más le honra «es que a los niños les gusta la escultura». Define su arte como «muy personal» y se despide en su certeza de que «aunque no esté bien hecho, al menos es sincero».