Diego Noguera y 'Valentina', con su 'bicilavadora' y la radio solar sobre ella, junto a la cueva. :: G. CARRIÓN
MIRANDO A COPENHAGUE

Coladas a pedales

A pico y pala. Así ha labrado Diego su conciencia ecológica. En su cueva tiene una 'bicilavadora' y una moto que conduce en punto muerto

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Con sólo un pico, una pala y una carretilla con la que él y su compañera extrajeron 250 metros cúbicos de arena de las profundidades de la tierra, este «troglodita del siglo XXI», como el mismo Diego Noguera se define, construyó su morada. Una cueva de 90 metros cuadrados, 2,5 metros de altura media, tres habitaciones, un salón, una cocina, un trastero y un cuarto de baño en plena montaña alberqueña (Murcia). La envidia de cualquier buscador de piso, vaya. Son siete los años que esta pareja lleva viviendo en la gruta. Sin otra presencia humana en cuatro kilómetros a la redonda. Es su forma de protestar contra la especulación urbanística: «Es un disparate lo que están haciendo».

«Me estresé de la ciudad, del ruido, del follón...». Y menudo cambio. Entre olivos, higueras, azufaifos, madroños, almendros y «los pinos del Estado» están ahora Diego y Encarna en su parcela de 10.000 metros cuadrados. El respeto al medio ambiente es su vida. Cómo si no se explica su 'bicilavadora', el artilugio estrella de su cueva. El electrodoméstico se lo regalaron hace años. El murciano lo destripó, desconectó la correa que va del motor al tambor y le adaptó una biela de bicicleta con un pedal. ¡Voilà! «La gente pone la colada y se va al gimnasio. Yo meto la ropa, le doy a la manivela y veo los pajarillos. Y hasta cambio impresiones con Valentina», su burra. Cinco cubos de agua por lavadora, unos 45 litros, casi la mitad del consumo de los electrodomésticos comunes «del otro mundo», como él lo llama.

Diego recita de carrerilla el gasto mensual en su hogar. 336 litros en fregar platos, 144 en ducharse, 280 en el váter..., «1.120 litros al mes entre mi compañera y yo». Hasta 15.000 litros tira en ese periodo una pareja española en «el otro mundo», según Greenpeace. En la cueva de Diego, por supuesto, el agua no procede ni de desaladora, ni de trasvase ni de explotación de acuíferos. «Tengo la que me manda la naturaleza del cielo». Recoge la lluvia en un aljibe de 24 metros cúbicos, deja que se sedimente y la depura con hipocloritos. Cada dos coladas (con detergente biodegradable, claro), el agua se destina a regar las plantas. El mismo camino desde el fregadero y la ducha. Bueno, ducha... Un cubo con un grifo en su base colgado por encima de sus cabezas permite el aseo diario de Diego y su pareja. Con nueve litros de capacidad y aún les sobran: «La presión del agua es la principal culpable de que la gente la derroche».

La lavadora a pedales no es el único ingenio ecológico con el que ahorran energía. Su veredicto es rotundo: «O inventan más cosas que no gasten o el desastre ecológico no lo para nadie». Sin tele, una radio solar les mantiene informados. Un par de linternas que se cargan con manivelas alumbran a la pareja en sus movimientos por la cueva. Pero el grueso de la electricidad lo logra una placa solar de 50 por 80. Una vieja batería de camión de 12 años se encarga de acumular la energía y distribuirla al punto de luz que hay en cada una de las estancias de la casa, además de que todas se iluminan con una puerta al exterior. No necesita mucha bombilla una pareja que se levanta y acuesta «con el sol».

Palomas para las rapaces

Diego ha construido su cueva basándose en el 'Feng-Shui' (viento y agua). Está milimétricamente encarada a los cuatro puntos cardinales. Idóneo para que la energía circule correctamente. Los tres metros de pasillo entre cada habitación logran un 'efecto radiador' que mantienen todo el año la temperatura entre 14 y 25 grados. Más ahorro. Albañil de profesión, el murciano se gana la vida con reparaciones a particulares. Se desplaza a un máximo de cuatro o cinco kilómetros de distancia con su moto de 28 años y 50 centímetros cúbicos. Y la mayoría del camino en punto muerto. «Sólo la enciendo en alguna cuestecilla». Son las ventajas de las pendientes de la zona montañosa en la que vive: dos litros de gasolina como mucho a la semana.

HJunto a la burra Valentina, la 'familia' de Diego se completa con las perras Jara y Dina y un palomar. Las aves no son para la cazuela («somos prevegetarianos, la carne casi no nos entra ya...»), sino para las rapaces de la zona. Gavilanes y águilas perdiceras. «Tenía unas 30 palomas y apenas me quedan 9». La pareja no piensa en tener hijos. Miedo a la responsabilidad, confiesa. Aunque hay alguna otra razón: «También le hacemos un favor al planeta. La densidad de población va a acabar con él. Igual pronto sólo sobreviven algunos de los trogloditas del siglo XXII».