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Suspenso para sus señorías

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Anda que.! El pasado viernes, en el Congreso de los Diputados, tuvo lugar un hecho que merece una reflexión en profundidad por parte de la clase política y de la sociedad en general. La ocasión fue ese acostumbrado acto que cada año se organiza para hacer una lectura colectiva de la Constitución, donde tal o cual persona o personaje lee textualmente uno de sus artículos, para dejar paso a otra que hace lo mismo con el siguiente. Un acto que lleva camino de convertirse en rutinario trámite de lo que debería ser ocasión para revivir, insuflándole el espíritu de la vida, la letra muerta de nuestra norma suprema.

Y así lo entendieron esos estudiantes que, saltándose el guión, hicieron unas reflexiones propias -nada ofensivas, nada intempestivas- al hilo de lo que les tocó leer, cosa que causó contrariedad a la presienta suplente del Congreso, que recriminó a los estudiantes por ello. Seguramente que a estos jóvenes, de 16 o 17 años de edad, heterodoxos tempranos, debe resultarles difícil entender a los adultos. En buena lógica, la ocasión de leer parte de la Constitución en el Congreso, debería ser la oportunidad de mostrar que los jóvenes han asumido el objetivo máximo de la educación que están recibiendo: saber contextualizar en la vida real lo que han aprendido en los libros y en las aulas, convertir en conocimiento vivo aquello que merece algo más que una lectura rutinaria. Y dónde mejor que en el Congreso de los Diputados, el ágora pública.

Pero está claro que estas prácticas sólo son admisibles realizarlas ante la hoja de examen, para luego volver a una vida de trámite, donde la iniciativa sólo cuenta a la hora de hacer negocios. El problema es que los funcionarios del programa PISA, tan reverenciado como expresión del nivel educativo de los estudiantes, no contemplan este tipo de cosas que ocurrieron en el Congreso y que, en mala hora, quedarán como una anécdota escasamente significativa. Por otra parte, la actitud de quien representaba a toda la sociedad española, primando sobre la fresca espontaneidad un protocolo que sus señorías, cual estudiantes disruptivos, alteran continua y escandalosamente en su práctica política en el Congreso, no deja de ser una mala enseñanza para los jóvenes. Se les está diciendo que sean buenos estudiantes, pero mediocres ciudadanos.

Evidentemente, sus burocráticas señorías merecen un aleccionador suspenso por ello.