ANÁLISIS

La gata y los arañazos

| PRESENTADORA DE TELEVISIÓN Actualizado: Guardar
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H ace ya muchos veranos me dejé caer por Zahara de los Atunes y desde entonces no me dejo caer sino que voy, y muy a propósito, porque es para mí la mejor playa de toda España. Y si lo es, es también porque allí está La Gata, el mejor chiringuito de playa que he conocido y conoceré en mi vida. La Gata no sólo es un lugar al sol donde beber y comer, es un ejemplo sin igual de oferta cultural de extrema calidad: música y actuaciones en directo que de ninguna otra forma hubieran sido posibles disfrutar en un paraje lejano y, muchas veces, olvidado. Hoy, La Gata está cerrada. Sufre injustos arañazos: 15 trabajadores y sus familias se han quedado sin su pan de agosto, el propietario está dispuesto a iniciar una huelga de hambre y, lo más importante, el pueblo y sus visitantes se quedan sin un baluarte de cultura importante.

¿Por qué?

Por una denuncia del 19 de junio por «tolerancia y fomento de consumo de drogas». Como clienta habitual, tengo que decir que jamás se ha permitido el consumo en el local, incluso se ha apercibido personalmente, por parte del propietario o sus trabajadores, a aquel que estuviera consumiendo, pidiéndole por favor que no lo hiciera, aun a riesgo de perder clientes.

Como testigo presencial, aquel día, a eso de las 21:00, nos encontrábamos disfrutando de un concierto. Había gente joven, mayor, familias y niños. Se personó la Guardia Civil y se extendieron dos denuncias: una por consumo de cocaína (fuera del local y de la vista del público) y otra por tenencia de un porro sin consumir. Por eso se cierra La Gata. El arañazo es monumental, absurdo. No se puede obligar a un propietario a registrar los bolsillos de la clientela, no es su misión.

Los medios se dan mucha prisa en difundir la difamación, aunque prime en nuestra Constitución la presunción de inocencia y muy poca en desmentir. Por eso, espero que quede clara la injusticia que se comete contra La Gata.