El fin de Madoff

L a sentencia que condena a Bernard Madoff a 150 años de prisión por estafar mediante un sistema piramidal 50.000 millones de dólares a un gran número de adinerados que le confiaron su fortuna fue recibida ayer con alborozo por sus víctimas. La pena impuesta coincide con la petición formulada por el fiscal del caso, y constituye el máximo solicitado durante el juicio. Cabe suponer que Madoff no fue consciente hasta el último momento de que la magnitud del mal que estaba causando era imposible de ocultar indefinidamente. Seguro que durante años quiso creerse impune a la acción de la Justicia. Posiblemente porque la gestión diaria de tan descomunal mentira no le dejaba margen para recapacitar, ni desde el punto de vista moral ni en cuanto a los riesgos que corría con la paulatina estratificación de los clientes a los que embaucaba dentro de una pirámide que crecía sin freno. De ahí que resulten extrañas sus palabras de arrepentimiento, solicitando perdón a quienes ha dañado con la estafa. Parece increíble que una persona que durante tanto tiempo ha desarrollado toda una ingeniería del mal pueda percatarse de pronto del estropicio que ha causado. A no ser que busque en su contrición pública algún consuelo que le haga soportable su existencia durante los años que le quedan de vida.

Pero continúa siendo increíble que se haya volatilizado tanto dinero por la criminal acción de un inversor con indudables poderes de seducción para con aquellos que pretendían obtener rentabilidades infinitamente superiores a las que ofrecía el mercado depositando en manos de Madoff sus ahorros. Es increíble que tanta gente cayera en sus redes. A no ser que el propio Madoff se encargara de exonerar a quienes pudieron ser sus cómplices. Pero, junto a ello, también resultaría ilusorio deducir que tan gravosa condena diluye por sí misma las fisuras evidenciadas en los mecanismos que debían garantizar la fiabilidad del sistema financiero, más allá de Madoff.