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Salvar la economía

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E l PSOE y el PP han dado inicio a la precampaña para las elecciones al Parlamento europeo del próximo 7 de junio, convirtiendo estos comicios en un pulso que marque tendencia de cara a las próximas generales. Del resultado de dicho pulso dependerá, sin duda, el desarrollo de lo que queda de legislatura, incluida la eventualidad de que ésta se vea interrumpida por la disolución anticipada de las Cortes. La inclinación ciudadana a abstenerse en las elecciones europeas más que ante el resto de las convocatorias y el carácter particular que adquiere la motivación del voto para Estrasburgo, alejado del compromiso que supone la elección del parlamento nacional o de las instituciones más próximas, condicionarán el escrutinio final. Es evidente que la afluencia a las urnas el 7 de junio dependerá de que los ciudadanos perciban su importancia también en clave doméstica. Pero lo que resulta preocupante es que socialistas y populares, el Gobierno y el primer partido de la oposición, se inclinen por dirimir sus diferencias convirtiendo la crisis económica en motivo preferente de confrontación. Sobre todo si su enfrentamiento, lejos de propiciar un debate franco entre distintas propuestas de acción pública, desemboca como hasta ahora en un cruce de descalificaciones. La situación económica y su evolución constituye el tema de preocupación central para todos los españoles, y su gravedad obliga a las instituciones y a los partidos políticos a exponer con nitidez su interpretación de los hechos y sus fórmulas de salida. Pero sería de desear que, especialmente los dos principales partidos, salvasen el mínimo común denominador desde el que los distintos países europeos tratan de buscar el camino más corto e idóneo hacia la reactivación de sus economías. Además, sería realmente pernicioso que PSOE y PP se enzarzasen durante las próximas semanas en una discusión impostada, con reproches mutuos de ineptitud para afrontar la crisis, cuando la propia recesión puede dar lugar a un incremento de la conflictividad laboral y al fracaso del diálogo social. La economía española, como todas las de su entorno, necesita que la sociedad y sus principales protagonistas recuperen la confianza en el futuro. Sin eludir el debate público de ideas y proyectos, los partidos e instituciones deben sentirse especialmente concernidos en esa tarea.