CIUDAD CON HISTORIA. La mezquita de Yashil Jami se alza con sus minaretes sobre la ciudad moderna. Al fondo, el monte Uludag. / FOTOS: 123RF
Sociedad

Los balnearios del Detroit turco

Bursa, uno de los grandes núcleos de la fabricación de automóviles, explota sus recursos naturales y su rica historia como cuna del imperio otomano

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Es paradójico. Los automóviles se han convertido en su alimento. Bursa subsiste gracias a las inmensas factorías de multinacionales como Fiat, Renault, Peugeot, Honda, Hyundai, Ford y Toyota. Pero la ciudad de los coches, la cuarta más importante de Turquía, los odia. Quiere desterrarlos de sus calles para convertirse en un foco turístico que compita con el exotismo de Estambul. Sus credenciales: las aguas termales que fluyen por sus cimientos, las inmensas pistas de esquí que parten desde la montaña Uludag... Y la Historia, ésa que la convirtió en la primera capital del imperio otomano en el siglo XIV -aún conserva los mauseleos de los dos primeros sultanes- y que le erigió en núcleo fundamental en el comercio de la seda. «Nuestro principal problema es el tráfico, que genera mucha contaminación. Por eso queremos limitar el movimiento de coches y acabar con la polución», expresa Sahabettin Harput, gobernador de este enclave situado en el noroeste de la república.

Resulta, en efecto, un tanto agobiante el impacto que recibe el visitante al desembarcar en una ciudad que lucha por convertirse en sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018. Los vehículos circulan con dificultad -por decirlo de alguna manera- por un lugar de estrechas calles, aunque acogedoras, atestadas de escaparates en los que golpean a la vista la gran cantidad de vestidos de novia y prendas de llamativos colores. A su lado compite el penetrante olor de las cafeterías y las pastelerías, con tentadoras pastas de té y las suculentas castañas escarchadas típicas de la zona, irresistibles para los golosos.

Roscos patrióticos

Es difícil no toparse con vendedores ambulantes que ofrecen roscos de sésamo con banderas turcas -la exaltación nacionalista es máxima- o con uno de sus múltiples restaurantes kebabs, donde venden el bocadillo del mundo árabe. Eso sí, con pan de pita. Pero en esta región hay que probar el iskender kebap, con finas tiras de carne de cordero y salsa de tomate. El visitante siempre encontrará uno; da igual que se mueva por la ciudad nueva o por la fortificada urbe antigua.

Y es que hay dos Bursas. La parte amurallada deslumbra en lo alto de una colina desde la que se descubre toda la ciudad. Se asientan los mauseleos de los dos primeros sultantes del imperio otomano, dos pequeños recintos en el que se conservan sus restos y el de su corte. También el castillo y la imponente torre del reloj, de 33 metros de altura y con 89 escalones de madera, llaman la atención en esta especie de parque por el que pasean los adolescentes con sus uniformes escolares propios de las universidades americanas.

En el resto del municipio se mezclan el pasado y el presente. Delante, por ejemplo, del mercado de la seda Koza Han (1491) y de la Gran Mezquita Ulu Camii (finales del siglo XIV) han plantado un McDonalds. Efectos de la globalización actual. Porque hubo otra. Esa época en la que esta ciudad crecía como uno de los principales centros de la Ruta de la Seda, ubicada en su extremo más occidental. «Éste era el centro mundial del comercio. Venían mercaderes de todas partes», proclama el guía local Nihat Tinik.

Conservado a la perfección, este recinto, de dos plantas cuadradas y con una especie de patio interior en el que se construyó una pequeña mezquita para que los comerciantes árabes oraran, guarda el atractivo de aquellos tiempos. Ahora no hay puestos, sino tiendas en las que se puede comprar todo tipo de prendas de seda: corbatas, pañuelos, camisas... Con una amable sonrisa, los comerciantes suelen ofrecer té (o café, siempre sin leche) y pastas al visitante, una proposición que se magnifica cuando se cierra una transacción. Entonces, idolatran al comprador como hicieron con la reina de Inglaterra cuando les visitó en octubre. Momento histórico que reflejan las fotografías que compiten con el colorido de los atractivos escaparates.

La Gran Mezquita, en la misma explanada, vigila el mercado. Es otro mundo. Un lugar de recogimiento. A las doce, una de las cinco horas de rezo, una multitud -la mayoría hombres, aunque este recinto posee una zona reservada para mujeres- se aproxima a la mayor mezquita de Bursa, con capacidad para dos mil personas y muestra de las primeras construcciones otomanas. Su gran aforo provocó que en el centro del recinto -formado por veinte cúpulas- se habilitara una fuente para purificar el ambiente y evitar una sensación de ahogo y pesadez en el aire (se consigue a medias). Cuenta la leyenda que el sonido del agua es uno de los preferidos en el islam. Hay otros dos: el del dinero y el de las mujeres.

Nieve y baños termales

Éste es sólo uno de los múltiples centros de oración que salpican cualquier ciudad del mundo árabe. Todas se distinguen por sus minaretes, desde donde se llama a los fieles. Y en la parte antigua de Bursa también luce la Mezquita Verde, que quedó inacabada por los problemas económicos que padeció el sultán Mehmet I en el siglo XV. En su interior aún se pueden ver las marcas que dejó el terremoto que destruyó parte de la ciudad en 1855. Su nombre se debe a su color, una tonalidad predilecta en el mundo musulmán y que deslumbra en los bosques que rodean la ciudad. El verde inunda las montañas que rodean este enclave, como el parque nacional del monte Uludag, candidata a acoger los Juegos de Invierno de 2018,o el color de su equipo de fútbol -con un estadio que parece una plaza de toros, redondo, y con una decena de tiendas de alquiler de coches en los bajos-...

Este color es su marca. Como en el futuro serán los hoteles termales y el esquí. Complejos en los que en lugar de sol y playa se disfrutará de la nieve y los baños relajantes. Ya existen varios balnearios con spa y todo tipo de actividades en las que el agua toma su máximo protagonismo. Pero Bursa quiere más. Y para ello invertirá una ingente cantidad de dinero. Con esta meta, y con la de limpiar su aire, ése que han contaminado los coches de los que ahora vive.