vuelta de hoja

Tarjetas

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Primero se nos ha acabado el crédito, que no es sólo solvencia económica, sino reputación, y ahora amenazan con disminuir las tarjetas de crédito, esas cartulinas que han arruinado a tantos compatriotas poco imaginativos, convencidos de que el dinero de plástico no tenía nada que ver con el que se sacaba del bolsillo.

Va para siglo y algo que en España empezó a usarse ese pseudónimo del dinero cambiante y sonante, y ahora, por primera vez, empieza a emplearse menos. El uso de las tarjetas de crédito se lleva menos desde que la pasta se la han llevado de los bancos y las cajas los golfos de levita. Ya nadie cree más en la que tiene eventualmente en el bolsillo, sin nombrar a quienes la acumulan los llamados paraísos fiscales.

Las satinadas cartulinas han ido a menos y en los cajeros automáticos van a decrecer los robos, no sea que empiecen a no ser rentables y en vez de retirar dinero nos retiren las amistades.

Todo lo que se paga aplazadamente parece como si no se pagara, ya que la gente no sabe que al final se paga todo junto. En mi mocedad y también en tiempos de mi dilatada y recalcitrante juventud, no existían las tarjetas de crédito. Los que manejaban dinero se hacían notorios incluso por la manera de andar. El portador de algunos billetes presumía de tener «la pierna abrigada». Como los transeúntes billetes eran de ese color, se jactaba de llevar en el bolsillo «la novela verde». Ese dialecto chuleta pasó hace tiempo, pero ahora amenaza con decaer el uso de las tarjetas. La tasa de los ahorros de los hogares ha disminuido incluso entre los que no tienen casa. No sólo Obama está contento de llamarle amigo a Zapatero. A nadie le gustaría perder las amistades con el dinero real, aunque tampoco fueran íntimas.