EL MAESTRO LIENDRE

Cádiz, refugio de pobres

La ciudad, para los expertos, es «un gran destino barato». Eso explica el incremento de turistas en Carnaval y Semana Santa en plena recesión

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Con la campaña de difamación que los gaditanos pa-recemos empeñados en hacerle, cada año, a la primera gran noche festiva del Carnaval. Con la etiqueta de modesta que tiene nuestra Semana Santa frente a otras citas similares de Andalucía. Con las obras que se amontonan. Con la que está cayendo en los bolsillos de los que dejaron de cobrar. Con la poca gente que aún tiene nómina. Con la falta de ingresos en las pequeñas empresas o negocios familiares. Con todo, cada vez viene más gente a Cádiz en los «días señalaítos».

La pasada semana festiva de febrero fue «la que más visitantes registró en los últimos 15 años» proclamaron, a un tiempo, la asociación de empresarios hosteleros y el Ayuntamiento. La que comienza hoy, según la misma fuente empresarial, registrará 11 puntos más en reservas de alojamiento que hace un año, cuando todavía éramos inmensa y falsamente ricos.

Resulta difícil casar las dos ideas: el mal momento económico actual y el incremento de las estancias. Es complicado compaginar el irritante estado de temor colectivo (no he notado a Obama en mi vida todavía) con la considerable subida de turistas en la ciudad.

Ahí estábamos todos hasta que una publicación nacional especializada nos abrió los ojos. En un gran reportaje sobre «destinos baratos» para esta Semana Santa incluía la ciudad de Cádiz como una de las tres mejores opciones.

Quizás sea porque entre los autores de la recomendación ha pesado que la ciudad sea, desde hace mu-chos trienios, la que tiene menor renta per cápita entre las españolas. Así que se habrán dicho: «Si allí los lugareños tienen tanto rodaje en eso de vivir con cuatro perras gordas, será el lugar ideal para que vayan los que ahora están cortitos. Ellos, que tienen más experiencia, sabrán acogerles».

Pero más allá de la coña que podamos hacer con la calificación, parece muy sensato pensar que la ciudad de Cádiz se ha convertido en un nuevo destino de oportunidad. Los que antes cruzaban el charco, recorrían Europa, llenaban hoteles caros o saltaban a Oriente han podido decantarse este año tan pesado por un desplazamiento más corto y menos costoso. Esa circunstancia debería ser una ocasión de la ciudad para darse a conocer, para convertirse en un atractivo y que más adelante (cuando baje la marea, cuando la gente ya no esté tan ahogada, allá por 2055) esos mismos que la descubrieron entre las vacas flacas prefieran este rincón para un fin de semana, una semana o una quincena. Desde que lo dijera Machado, todos sabemos que «sólo el necio confunde valor y precio». El mercado está lleno de productos de coste menor pero de calidad o dignidad o utilidad mayor. Repase su casa de Ikea, su última compra en el híper o sus juguetes tecnológicos. No todo es de primer nivel. Está muy bien ser una segunda o tercera marca decente. Todos recurrimos a ellas.

Y Cádiz tiene la ocasión, ahora, de erigirse en el mejor de esos destinos llamados baratos (o menos caros) y aspirar, por esa senda, a eliminar cualquier adjetivo más tarde, para quedarse, solamente, en destino. Antes, tendría que asumir una cultura de excelencia que la ciudad le queda muy lejos en la actualidad. Tendría que adaptar su oferta hostelera y su comercio a las preferencias de los que vienen, no a la conveniencia de los que están.

Tendría que pensar en el cliente tanto como en el trabajador e intentar pactar la urgente recuperación de una comatosa oferta cultural y, sobre todo, de ocio nocturno.

Cuando sepamos fabricar móviles o software, cuando podamos competir con patentes, con ideas, con ciencia o con industria (difícil con los resultados que arroja nuestro sistema educativo) quizás nos podamos permitir tener ciudades tan ordenadas, silenciosas y madrugadoras como las suizas, las finesas o las holandesas.

Pero no se puede aspirar a tener una ciudad sin trabajo de día, con establecimientos despidiendo a visitantes a media tarde y sin vida inteligente de noche.

Esa etiqueta de «destino turístico barato» puede parecerle indigna o insultante a los más melindres, pero lo que sería ofensivo y triste de veras sería comprobar que ni a ese estatus llegamos. Este Carnaval y esta Semana Santa parecen haberle dado nuevas oportunidades a la ciudad, justo cuando más escasean.

Somos expertos en fallarlas.