Editorial

Combate integral

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La nueva estrategia para Afganistán y el conjunto de la región desvelada ayer por el presidente Obama confirma la profunda revisión que la nueva Administración parece dispuesta a realizar sobre los presupuestos que durante los últimos ocho años han guiado la acción de las tropas estadounidenses. El incremento de la violencia ha atestiguado que la guerra estaba lejos de zanjarse a favor de las fuerzas de la OTAN, en tanto que la red terrorista vinculada a Al-Qaeda ha proseguido el refuerzo de sus células llegando a tramar atentados contra territorio norteamericano. Este escenario ha incluido al nuevo presidente a reconsiderar la política de EE UU en la zona, que se ha concretado en la determinación de destruir los feudos islamistas en Afganistán y Pakistán con el mayor despliegue de efectivos desde la invasión, pero complementado al tiempo con el apuntalamiento del Ejército afgano, sus fuerzas de seguridad y su frágil entramado institucional. La táctica decidida de más tropas, más ayuda requerirá, no obstante, de un mayor compromiso internacional.

Una de las novedades más significativas del plan Obama es el enfoque regional que liga de forma el futuro afgano a la evolución en la vecina Pakistán de la lucha contra el radicalismo islamista. El gravísimo atentado suicida perpetrado ayer en la mezquita de Jamrud no es más que un ejemplo de la capacidad que mantienen las redes extremistas para sembrar el terror, en cuya neutralización Obama espera contar con la colaboración del Gobierno de Islamabad a cambio de multiplicar la ayuda y la cooperación. En paralelo, el presidente norteamericano pretende que la revisión de las prioridades en la región consigan la implicación en el proceso político de los jefes tradicionales.