Editorial

Obama en Washington

El viaje en tren de Barack Obama a Washington y los actos previos a su investidura como presidente de los Estados Unidos han situado el foco de la atención mundial en la toma de posesión que tendrá lugar mañana, recuperando el entusiasmo que millones de estadounidenses mostraron tras su elección y que la abrumadora preocupación por la crisis económica había atemperado durante las últimas semanas. La constante evocación de Abraham Lincoln, que tuvo que asumir la presidencia del país poco después de finalizada la Guerra Civil, demuestra que tanto el inquilino electo de la Casa Blanca como gran parte de los responsables institucionales de EE UU han concebido el momento como un acontecimiento sólo comparable con los grandes hitos de la historia norteamericana.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La llegada de un senador afroamericano a tan alta magistratura refleja el profundo cambio experimentado por la sociedad estadounidense en el último medio siglo. El hecho de que Barack Obama asuma su responsabilidad tras la presidencia de Bush, considerada poco menos que calamitosa por la mayoría, y en medio de una crisis económica de enorme calado, que ha conducido al paro y a la incertidumbre más angustiosa a tantos de sus conciudadanos, cuestionando además la solvencia y entereza del sistema financiero norteamericano, aviva sin duda las esperanzas depositadas en él dentro y fuera de EE UU.

Probablemente nadie sea más consciente que Obama a la hora de calibrar las frustraciones que podrían generarse como consecuencia de un exceso de ilusión en las posibilidades de su mandato. Por eso públicamente ha apuntado la eventualidad de que su Administración pueda defraudar a muchos de quienes confían en que sabrá resolver los grandes problemas que afectan a su país y al mundo.

La paulatina designación de las mujeres y de los hombres que le secundarán en la tarea ha dado ya muestras del realismo que acompañará al cambio. También por eso es deseable que la emoción de su toma de posesión sea compatible con el reconocimiento general de las dificultades que afrontan la sociedad estadounidense y el orden internacional como desafíos que requerirán mucho más que la energía personal del nuevo presidente.