TRIBUNA

Arde Hamastán

Los palestinos celebraron las elecciones legislativas de enero de 2006 bajo la exigencia de la comunidad internacional de que sólo aceptaría un Estado que respetara el juego democrático, en unos comicios considerados por los observadores como libres y limpios. Para sorpresa del mundo entero, el vencedor por mayoría absoluta fue Hamás -considerado por numerosos países como grupo terrorista, incluyendo la UE- desbancando del poder a Al Fatah, que llevaba una década dirigiendo la Autoridad Palestina. De repente, Hamás se conformó como una sólida opción política con amplio apoyo popular, con miles de jóvenes voluntarios para engrosar sus filas, deseosos de salir de su forzado letargo y de luchar contra un Israel contemplado como usurpador e invasor de sus tierras.

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Al no renunciar a su objetivo de destruir el Estado de Israel y establecer un estado islámico en Palestina a través de la lucha armada, Hamás quedó aislado por las potencias de Occidente, que se negaban a aceptar su reconocimiento internacional legalmente ganado en las urnas. Israel, que si bien había abandonado Gaza en 2005, aún retenía el control del espacio aéreo, de gran parte del marítimo y de las fronteras, impuso entonces un bloqueo económico sobre la Franja, llevando a sus habitantes al límite de la extenuación y del desastre humanitario con el objetivo de doblegar la voluntad de Hamás de seguir empleando la violencia.

Al tiempo, y con la aceptación de Occidente, el Gobierno hebreo empezó a apoyar al presidente Mahmoud Abbas en la mejora de la calidad de vida de los tres millones de palestinos de Cisjordania y Jerusalén Este, para que los gazatíes, al notar las diferencias, volvieran la espalda a Hamás y retornaran al seno de Fatah. Pero no sólo no ha conseguido su objetivo de hacer claudicar a los habitantes de la Franja, sino que ha incrementado la tensión, el extremismo religioso y las ansias de revancha. Esta radicalización ha sido palpable en las recientes elecciones internas de Hamás, donde se ha alzado con la victoria el ala más radical del partido, opuesta a cualquier negociación con Israel.

Ante la victoria en las urnas de Hamás, Abbas optó por nombrar a su gabinete mediante decretos presidenciales. Lo que provocó que, temiendo perder lo que democráticamente había ganado, Hamás expulsara con las armas a Fatah de Gaza, en junio de 2007, en una dura batalla de cuatro días. En este tiempo, Hamás se ha ganado un amplio prestigio entre los palestinos, al haber logrado imponer una eficaz política de ley y orden en Gaza, combatido eficazmente la corrupción alimentada por Fatah y controlado las milicias de los clanes locales. Al tiempo que ha implantado una amplia red de servicios sociales que ofrece desde sanidad a educación, pasando por todo tipo de ayudas.

La facción palestina que controla Gaza interpretaba en el contexto previo a los bombardeos israelíes que el Estado hebreo pretendía quitarle con astucia o por la fuerza lo que su pueblo le había otorgado, por lo que ha optado por tensar la cuerda de la rivalidad en un momento internacional que le es favorable, en el que no cesan de producirse por doquier actos terroristas cometidos por extremistas musulmanes, aprovechando las dudas que genera la administración Obama. Fuertemente respaldado por la mayoría de los palestinos y con simpatías crecientes en muchos lugares de Occidente, ha movido su primera ficha de las próximas elecciones presidenciales palestinas, previstas para dentro de un mes.

Más apoyado por Occidente e Israel que por su propio pueblo, que le acusa de corrupto, el presidente Abbas no ha cejado en su empeño de expulsar a Hamás de la vida política. Ante la elevada probabilidad de que sus oponentes ganen las inminentes elecciones presidenciales, Mahmoud Abbas ha intentado toda clase de tretas, en línea con las enseñanzas de su predecesor, Yasser Arafat. Inicialmente, había decidido posponerlas un año, lo que supondría ampliarse su propio mandato, saltándose la Constitución. Ante la férrea oposición de Hamás, Abbas anunció hace poco más de un mes que convocaría las elecciones presidenciales para la fecha prevista, pero que al mismo tiempo convocaría las parlamentarias -acordadas para un año más tarde- en caso de que fracasaran las conversaciones de reconciliación con Hamás. Bien sabía que el movimiento fundamentalista había roto las negociaciones auspiciadas por Egipto, ante el acoso al que Fatah sometía a sus seguidores en Cisjordania. Abbas no hacía así más que incrementar la tensión sobre Hamás, esperando a que, antes o después, estallara, con lo que conseguiría evitar una derrota electoral que parecía evidente. De este modo lograría expulsar a Hamás de las listas electorales, bien por su propia retirada ante el juego nada limpio, o bien por estar envuelta en una guerra abierta con Israel.

Tel Aviv apoya abiertamente a Abbas, al que considera como la única vía posible para alcanzar una paz definitiva que beneficie a los israelíes, ofreciéndoles ventajas como el control de los vitales recursos hídricos. Israel no puede permitirse bajo ningún concepto una Palestina unificada y bajo la batuta eficaz de Hamás. En este supuesto, todo el territorio palestino quedaría aislado. Sin posibilidad alguna de negociación, su posición se iría radicalizando, dejando abierta tan sólo la puerta de la guerra. Sería el mayor peligro para su existencia de toda la breve pero convulsa historia del Estado judío. Una amenaza ante la que de nada serviría todo su arsenal nuclear o el armamento más avanzado.

La que se está escribiendo estos días en Gaza es otra página de un conflicto local con repercusiones mundiales, que tan sólo va a otorgar justificaciones sobradas a los musulmanes más radicales para cometer todo tipo de actos terroristas, desde Marruecos a Pakistán, pasando por Indonesia o Filipinas. La ONU, impotente para hacer cumplir a Israel las resoluciones emitidas, ha vuelto a mostrar su total incapacidad para resolver el conflicto terminando de perder cualquier ascendiente sobre el mundo árabe y musulmán, donde tan sólo es vista como una organización al servicio de Occidente, de EE UU y de los miembros permanentes de su Consejo de Seguridad. Todo un reto para la política exterior de Obama, de cuyo desenlace dependerá en buena medida el éxito de sus decisiones futuras, empezando por Irak y Afganistán.