LA TRINCHERA

Platón y Bolonia

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Una lección antológica. De inquietud, de compromiso y de inconformismo. Los universitarios españoles, con Bolonia como excusa, están tapándoles la boca a esa legión de reptiles acomodados que llevan años acusando a los jóvenes de ser marmotas nihilistas, sin más principios ni valores que los derivados del botellón. Detrás del motín estudiantil contra ese germen de directriz europea que pretende someter la educación a las razones del mercado, hay un nuevo mensaje generacional, probablemente el más sólido desde la Transición: que le den por el culo al liberalismo positivista y a sus torpes criterios de rentabilidad.

Para quien no lo sepa, Bolonia implica la desaparición progresiva de las carreras que no cuentan con un espacio definido en el espectro laboral. Los gobiernos no quieren invertir en formar lingüistas, filósofos e historiadores, porque su posterior aportación a la sociedad no puede medirse en euros. También aborda la reducción de becas y la santificación de los másters y del patrocinio empresarial. Lo primero es que la Universidad no cueste dinero, y lo segundo es que el recién titulado encaje mecánicamente en las ruedas dentadas del sistema. En 2008, la idea del déficit necesario se ha vuelto un anatema. Lo que no es rentable, sencillamente, no existe.

Los universitarios sublevados, a sus veintipoco años, dicen que les asusta lo que Bolonia tiene de tentativa experimental. Primero será la filosofía (Sócrates, como lastre presupuestario), pero pueden seguirles los conservatorios de danza o la atención a los enfermos mentales, que tampoco producen dinero. La humanística quedará en manos de filántropos caritativos, pero no será una obligación estatal.

Algunos liberales de juicio plano se han apresurado a aplaudir la iniciativa. ¿Por qué tienen que pagar ellos las pajas mentales de Aristóteles, o los análisis sintácticos de las Cantigas de Alfonso X? La ecuación, gracias a la crisis, es fácilmente reversible. ¿Por qué tenemos que pagar todos la nefasta gestión de los bancos? ¿Por qué tenemos que sacarles las castañas del fuego a constructores panzones y a especuladores repeinados? Por el bien común, se supone. Quizá no entienden algo tan sencillo porque jamás se han preocupado de saber qué son todas esas tonterías abstractas de las que hablaba Platón. Y eso que alguien se molestó en explicárselas en el instituto. Sus hijos, probablemente, ni siquiera tendrán esa suerte.