EL COMENTARIO

Cascos

Los rostros, nuestras caras, se parecen a los barcos: nos los diseña la genética, la memoria de donde venimos; heredamos un color de pupila, una tendencia a la risa o al llanto; nos dibujan pequeños guiños que nos antecedieron y nos botan al mar de la vida. Pasados cientos de océanos, lágrimas, alegrías, traiciones, mentiras, encuentros, desencuentros, naufragios, el barco, nuestro rostro, ha perdido su purísimo barniz inicial y se ofrece al oleaje de la vida, tal y como lo han ido construyendo los caminos de la mar, es decir, la forma en que hemos llevado nuestra osamenta por las peripecias de la vida. Y al cabo de unas décadas de singladura, el casco del barco, el óvalo de nuestro rostro, ofrece cuanto realmente hemos construido con el material inicial. Cincelamos nuestras miserias, traiciones, deslealtades y renuncias, nuestro deshonor, nuestros pactos cumplidos y los no firmados. Ningún maquillaje, ningún fotomontaje logra borrar jamás las personales muescas impuestas por nuestra decisión o indecisión. ¿Y están a la vista y alcance de cualquiera! Basta una mirada atenta, un tanto irónica y sin prejuicios, ¿y nos vemos delatados!

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Llevo varios días volviendo a observar el rostro de Álvarez Cascos, confieso que desde la privilegiada posición de quien tan sólo estudia de manera novelada a estos personajillos que ni desaparecen, ni están, ni lo dejan, ni se quedan. Para empezar, sí parece haber puesto un cierto freno al desenfreno decadente, tan sólo le cuelga el belfo como de caballo viejo que se conoce los trucos del betún siempre que el olfato no lo delate; para seguir, ese conato de flequillo, al tiempo altivo y displicente, como su ceño, desde donde asegura: no te embisto, pero te vigilo, me salto tus normas, pero como en tu mesa.

Da un cierto vértigo esa sonrisa displicente de burgués sin demasiada antigüedad en el escalón pero dispuesto a no bajar ni un peldaño, de esos cuyos deslices no son históricos, sino recientes, de quien es capaz de definirse conservador sin conservar una promesa, de quien sabe dónde se arroja la piedra, para poder mostrarse a unos kilómetros del lanzamiento. Ni un solo rasgo de esa debilidad propia de quien duda porque ha intentado llegar a sabio y conoce sus dificultades: Cascos no duda porque piensa en primera persona del singular, más desde la habilidad que desde la inteligencia, por eso cae de pie y otros se rompen la crisma. Definitivamente, uno de esos rostros capaces de producir vértigo a quien tenga que retratarlo.

Bueno, todo lo dicho, como habrán adivinado, es pura literatura.