MIRADAS AL ALMA

Coronados estáis

Llevados por la pasión que ciega toda razón, llamando fe a un propio principio herético. Ellos, todos, han coronado a una preciosa talla de mujer dolorida. Una mujer ida, suspendida, buscando un hálito de respuesta a su terrible pérdida, la pérdida de un hijo.

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La talla esculpida en sí, representa a la mismísima Virgen María, la misma que vestía con ropa humilde, de campesina, con telas fúnebres, apagadas y sobrias que fueran espejo de una pena interior que moría por dentro. Esa pena de las carnes abiertas que no es fruto de insinuaciones ni de cantes ni de pinturas ni de estampas sino de luz, de plegarias y de paz interior.

Aquella María de carne y hueso, aquella que tuvo a su hijo Jesucristo, aquella que hubo de soportar cómo el mundo escupía al amor encomiable de un nihilista nato que hubo de ser crucificado.

Aquella María, aquella no querría ser vestida de superfluas telas de gala, ni de oros, ni de sortijas en sus manos, ni mucho menos de coronas que la hicieran reina, pues la que es señora no necesita revestirse de nada, sino de ella misma, de aquella humilde mujer que fue; más asemejada a una pastora que a una reina de Saba, de telas luminosas y corales de postín. Claro, que aquella era María, y ésta es una talla creada por y para el hombre. Coronada por y para el hombre, coronada por distinguirse, iluminada para iluminarse ellos, esos que se coronaron para seguir ciegos de pasión. La pasión, según ellos, poco tiene que ver con la pasión según ella. Una pasión la de ellos que, por ciega, no es pecado, pues no hay mala fe; sencillamente, contradicción de una vida.