FRANCESC TORRALBA DIRECTOR DE LA CÁTEDRA ETHOS DE LA UNIVERSIDAD RAMÓN LLULL

Con ética renovada

La intención expresada por algunos dirigentes políticos de refundar el capitalismo, al hilo de los graves efectos de la crisis financiera, genera perplejidad y merece toda nuestra atención. Por un lado, indica que el capitalismo desbocado que padecemos (la expresión es de Anthony Giddens) no constituye una fatalidad histórica, lo que significa que cabe la posibilidad de transformarlo, de introducir parámetros para encauzarlo. Por otro lado, podría ser un síntoma de esperanza sobre la capacidad de los líderes del mundo capitalista para corregir errores, aprender de los fracasos y enmendar la situación.

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Con todo, la gran pregunta es si puede existir algo así como un capitalismo ético. Muchos consideran que la lógica del capitalismo es, en esencia, incompatible con los principios elementales de la ética. «El mercado no tiene entrañas, tanto vendes, tanto vales; el pez grande se come al pequeño», dicen, lo que significa que el que no puede sobrevivir al darwinismo económico se despeña por la cuneta. Para muchos pensadores de raíz cristiana y marxista, filósofos y teólogos de la liberación, el capitalismo es la antítesis de la compasión, la patente expresión de la avaricia y de la sed insaciable de riqueza, y sus consecuencias son destructivas para el ser humano, para los pueblos y para la naturaleza. Según éstos, no hay posibilidad alguna de refundar éticamente el capitalismo, porque en sí mismo es inmoral. Sería algo tan absurdo como pretender mezclar el aceite con el agua. Sólo cabe, pues, la enmienda a la totalidad. Contra esta opción intelectual, se debe recordar que la experiencia histórica y real del marxismo-leninismo acabó en un verdadero colapso, en una privación de todo tipo de libertades y de derechos civiles, en abusos propios de la estatalización de la economía y que también tuvo gravísimas consecuencias ecológicas. Me refiero a la cristalización histórica de las ideas de Marx y Lenin.

Para poder responder a la pregunta de si es posible otra ética del capitalismo, se debe ahondar en la raíces de este producto filosófico, económico y político que, como se sabe, deriva del pensamiento de dos ilustres personajes: Adam Smith y David Ricardo, lo dos teóricos del liberalismo clásico. Cabe decir, en honor a la verdad, que los teóricos del 'laissez faire, laissez passer' no podían prever lo que sería de este sistema económico en una era global, en una sociedad-red como la actual. No se les puede imputar, pues, las deformaciones, excentricidades e irracionalidades del turbocapitalismo, como también se le llama, o del neoliberalismo globalizado. No podían ni siquiera imaginar las consecuencias del capitalismo espasmódico y avaricioso de nuestra encrucijada histórica.

La situación actual ha puesto de manifiesto las patentes contradicciones y debilidades de ese modelo. Hoy ponemos en tela de juicio la preeminencia del máximo beneficio al mínimo coste, nos rebelamos contra la deslocalización de las empresas, contra la creciente desigualdad entre los mal llamados Primer y Tercer Mundo, contra la concepción de riqueza puramente centrada en el dinero, contra el malestar psíquico, familiar y social que emana de la hipercompetitividad. Constatamos que la sed insaciable de consumo y de refinamiento nada tiene que ver con el espíritu clásico del liberalismo. El turbocapitalismo sin entrañas ha tocado fondo, pero no el capitalismo si éste es capaz de recuperar sus fuentes éticas.

La historia muestra que el capitalismo no es un sistema al margen de la ética, sino que como puso de manifiesto Max Weber existe una íntima relación entre el espíritu del capitalismo y la ética, en particular la protestante. El objetivo de la conocida y citadísima investigación weberiana 'La ética protestante y el espíritu del capitalismo' fue descubrir si los orígenes del capitalismo europeo podían ser explicados desde bases no únicamente económicas. Puso de relieve la profunda vinculación existente entre los orígenes del capitalismo europeo y la presencia de formas religiosas ascéticas, representadas particularmente por el calvinismo y el puritanismo. En su teoría, la religión cobra su máxima importancia en cuanto que constituye un elemento sancionador de impulsos racionales no sometidos a regla alguna. El amor al trabajo, entendido como una misión divina que se debe cumplir y la austeridad y la constancia como valores fundamentales, están en la génesis del capitalismo. El ascetismo laico que emana de la ética protestante fue así la fuerza impulsora de este peculiar desarrollo económico que es el capitalismo.

La pérdida de los valores que emanan de la ética religiosa, la imparable secularización de las sociedades occidentales tiene también sus efectos en el modo de comprar, de vender, de competir y de generar riqueza. El ascetismo laico se ha trasvestido en hedonismo impenitente, los valores de la constancia y la sobriedad han sido eclipsados en los que algunos denominan la sociedad de la eyaculación precoz.

El capitalismo del futuro deberá fundarse sobre una ética renovada, sobre unos principios elementales como el respecto a la dignidad, a la integridad y a la libertad de las personas, pues constatamos que cuando se desgaja de su matriz ética se convierte en una jaula de hierro, en una verdadera maquinaria destructiva. Los más frágiles sufren sus cruentas consecuencias. Debe ser una ética ecuménica, global y compartida, que sin negar la libertad de movimientos y de iniciativa individual y grupal no se olvide jamás de los grupos vulnerables. Todos somos responsables en la articulación de esta nueva ética. No basta con exigir a las administraciones del Estado que sean íntegras, honestas y solidarias en la gestión del erario público: también lo deben ser las organizaciones privadas y concertadas, y cada individuo en el campo competencial que le corresponda.

El capitalismo del futuro no puede ser ajeno a la compasión. Adam Smith ya entendió que el ser humano, además de producir y de vender, es capaz de compadecerse. Los grandes universos religiosos, no sólo el Cristianismo sino también el Judaísmo, el Islam, el Budismo y las tradiciones éticas laicas, pueden aportar mucha luz en la edificación de esta ética global. Ignorar la sabiduría milenaria ética de las grandes tradiciones espirituales de la humanidad es un lujo que no podemos permitirnos en esta encrucijada.