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Cumbre en recesión

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os prolegómenos de la cumbre de Washington han coincidido, por una parte, con las correcciones que el Tesoro estadounidense se ha visto obligado a introducir para reorientar el plan de rescate financiero hacia el fomento del consumo y, sobre todo, con la confirmación de que la recesión económica ya está aquí. La constatación de que Alemania acumula dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo y el último informe de la OCDE anunciando la extensión de un periodo recesivo para 2009 a EE.UU., Japón y la zona euro sitúan el encuentro ampliado del G-20, convocado para revisar el sistema financiero internacional, ante las dificultades globales que ya atraviesa la economía real. El formato del encuentro y el propio hecho de que su anfitrión, el presidente Bush, se encuentre en funciones no permiten augurar más que un debate rico en matices del que al final se conocerán versiones indirectas, y un capítulo de conclusiones genéricas cuyo desarrollo dependerá siempre de la actuación posterior de sus diversos intérpretes gubernamentales. La comparecencia pública de Bush ayer fue en este sentido esclarecedora al desear que en la cumbre "se establezcan los principios para adaptar nuestros sistemas financieros a la realidades de los mercados del siglo XXI". La reiterada utilización del plural revela la renuente actitud de la Casa Blanca y de la Administración estadounidense ante cualquier pretensión de acordar normas de regulación y transparencia que sugieran una gobernanza global sobre el sistema financiero internacional. Con el presidente electo Barack Obama a la expectativa de lo que dé de sí la cumbre, parece obligado evaluar sus resultados más en función de la nueva geopolítica que la cita refleje como consecuencia de la crisis financiera y de sus efectos sobre el papel que demandan para sí los países emergentes que por las decisiones que emanen del encuentro de Washington. Hace semanas que la opinión pública mundial viene siendo emplazada a fijar su atención en el desarrollo de una reunión cuyos trabajos preliminares se están llevando a cabo a nivel técnico desde ayer en la capital norteamericana. De ahí que el primer reto que la cumbre deba afrontar no sea otro que evitar la frustración que induciría en las sociedades informadas un encuentro incapaz de ofrecer algo más que un catálogo de obviedades. Para ello es imprescindible que la ciudadanía del mundo perciba en los líderes que se reúnen en Washington una disposición crítica y severa respecto a los orígenes de la inestabilidad financiera global. Y, considerando poco menos que inevitable la parquedad operativa de los resultados del G-20 ampliado, resulta sobre todo necesario que los distintos gobiernos presentes en el encuentro sean capaces a su conclusión de arbitrar las medidas específicas que requieran sus respectivas economías para sortear una recesión de efectos globales.