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Respuesta global

Vivimos una crisis extraordinariamente compleja, compuesta por factores muy diversos y no disponemos de precedentes de los que colgar nuestras angustias. Lo único que sabemos es que la confianza o, mejor dicho, la ausencia de confianza no es el detonante de la enfermedad que padece el sistema, pero sí un factor decisivo en su agravamiento. Los ciudadanos no entienden los diabólicos mecanismos que han abierto las puertas del infierno; pero los expertos de altura tampoco son capaces de explicar cómo podemos volver a cerrarlas. La retirada del equipo de salvamento que iba a rescatar al Hypo Bank alemán desembocó ayer en otro lunes negro. Los banqueros han abollado su prestigio y perdido su credibilidad y es por ello que son los gobiernos los que tratan de restaurar la confianza perdida, para evitar que la epidemia de miedo obture las mentes de los ahorradores y colabore decisivamente a agrandar las dificultades. Pero la confianza se compone de materiales extremadamente frágiles. Por ejemplo, las rotundas declaraciones de Merkel garantizando los depósitos no se escucharon en medio del fragor vendedor y las Bolsas se tintaron de nuevo del rojo que ilumina las pérdidas de valor.

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En medio, cabe preguntarse si la reunión de urgencia convocada por el presidente Zapatero con los responsables de las grandes instituciones financieras españolas conseguirá serenar los ánimos o si, más bien, ha servido para convencer al despistado de que todo está tan mal que resultaba necesario convocar una cita tan inusual. El Gobierno ha anunciado la elevación de las garantías a los depósitos, aunque no concreta ni su alcance ni su cuantía. Algo parecido han hecho ya Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia y Portugal. Pero parece evidente que seguir el actual modelo europeo conduce al desastre. Primero, porque no conocemos las figuras de ahorro abarcadas. Segundo, porque no sabemos, por ejemplo, si se garantizan los depósitos alemanes o los depósitos «de los» alemanes. Y todo eso obliga a una acción conjunta en la UE para evitar que el ahorro europeo abandone los países con menores garantías, como es el nuestro, para refugiarse en los que las proporcionan mayores. Esa situación es insostenible. Ni los países receptores podrían entonces mantener sus garantías, ni los emisores podrían soportar la sangría. Por eso, lo único cierto es que Europa necesita una respuesta global a una crisis que es, sobre todo, global.