TRIBUNA

Otro lunes negro

Ayer estalló con fuerza la tormenta que se había ido gestando a lo largo del pasado fin de semana. La conjunción de tantos y tan grandes acontecimientos negativos concentrados en un nuevo lunes negro fue tan tupida que un blogger, con gran sentido del humor, la calificó en la red como la «Madre de todos los lunes». La secuencia se inicia el viernes a las 18.00 cuando el secretario del Tesoro, Henry Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, convocan a los «30 principales» de Wall Street para anunciarles un cambio de criterio fundamental en la actuación de la Administración estadounidense.

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Hasta ahora, había optado por lavar los trapos sucios en casa o, como mucho, enviarlos a una lavandería de confianza. Así, a Bear&Stearn se le buscó cobijo entre las sólidas paredes de JP Morgan y a Fannie Mae y a Freddie Mac se les acomodó directamente en el amable regazo público. Pues bien, ahora se acabaron los apoyos institucionales y se terminaron los auxilios financieros. En consecuencia, el siguiente de la lista, Lehman Brothers, debería arreglárselas solo o, como eso no era posible, tendría que ser el propio sector financiero quien prestase solícito el sostén necesario, cosa que no ocurrió.

¿Qué había pasado para justificar el cambio? Pues no se sabe. Es posible que la Administración Bush haya querido poner pie en pared y terminar con una actuación interventora que repugna a sus principios liberales y arriesga el equilibrio general. O es posible que esta vez no haya sido capaz de encontrar a un samaritano que acudiera al rescate. En cualquier caso, el riesgo moral es un concepto de moda. ¿Qué debe hacer un Gobierno liberal, cuando se enfrenta a un problema real, de esta magnitud? Pues entre mantener a los bomberos quietos en el parque y permitir que el incendio se propague y cause nuevos y mayores estragos o enviarles a salvar los muebles, la experiencia demuestra que siempre se opta por lo segundo, aunque el guión ideológico dicte lo primero.

De todas maneras, el proceso vivido en estos tres días es de una gravedad inusitada. En primer lugar, Lehman Brothers se acoge al Capítulo 11 de la legislación mercantil americana, lo que equivale a nuestro concurso de acreedores. Luego, Merrill Lynch tiene más suerte y encuentra el abrigo de Bank of América, que pagará una prima sustancial al ofrecer 29 dólares por acción. Más tarde, se conoce que AIG, una de las mayores aseguradoras del mundo, busca refuerzos de capital de manera desesperada, sin obtenerlos. Los diez mayores bancos del mundo anuncian la creación de un fondo de autoayuda de 70.000 millones de dólares. Y, por último, la Reserva Federal acuerda ampliar la lista de las garantías que se pueden aportar para obtener fondos a fin de calmar la brutal sed de liquidez que padece el sector. Toda una trágica serie de sucesos que certifican el empeoramiento de la enfermedad desatada en agosto 2007 con la crisis de las hipotecas subprime.

Lehman Brothers sucumbe al no poder soportar los riesgos asumidos. No es un banco cualquiera. Nació en 1844 en Montgomery, Alabama, gracias a la iniciativa de un emigrante alemán de nombre Henry Lehman, quien pocos años después se unió a sus hermanos Emanuel y Mayer para añadir Brothers a su apellido Lehman. Se inició con la financiación del cultivo del algodón, para pasar enseguida a negocios de mayor envergadura, como el ferrocarril, en donde vendió miles de bonos a ávidos inversores que aportaron su dinero para sufragar las nuevas infraestructuras. Este espíritu de emisor y distribuidor de nuevos productos lo mantuvo hasta el final y, tan cerca como el pasado año, ganó el premio de la revista Fortune, que reconoce a la entidad financiera más prestigiosa del mundo. Al final, las subprime han derribado lo que episodios de la envergadura de la Guerra Civil americana o las dos Guerras Mundiales no fueron capaces de destruir.

Las Bolsas europeas abrieron este nuevo lunes negro con miedo, al no contar con la referencia asiática, por ser día feriado, y a la espera del dictamen final que debía emitir Wall Street. Las primas de riesgo se elevaron en segundos, generalizando los descensos de las cotizaciones. Estos fueron relevantes en todo el Viejo Continente y, en España, el Ibex se dejó más del 4%. Curiosamente, al otro lado del Atlántico se lo tomaron con más tranquilidad y las caídas, si bien fueron generales, resultaron más modestas. El caso de los bancos fue terrible. En la orilla occidental, a media tarde, Bank of America se dejaba un 15% tras su auxilio a Merrill y Wachovia, otra entidad bajo sospecha, perdía un 17%. En la ribera europea, RBS, Barclays y Crédit Agricole perdieron casi un 10% y los dos grandes españoles se quedaron en las cercanías del 7%.

¿Qué más puede pasar? Pues depende de si la saga de los desastres ha sido colmada o si quedan nuevos episodios por aparecer. Lo que no cabe duda es que la recuperación se aleja. Hoy martes está más distante que el viernes y los temores son mayores. Mientras el desasosiego financiero no se resuelva y deje de afectar negativamente a la economía productiva a través del endurecimiento y el encarecimiento del crédito, nada bueno puede suceder. Si quieren algo positivo, esperen al menos a que llegue la próxima primavera.