ANABOLIZANTE

Una plegaria

Hoy me cuesta trabajo escribir la columna sin hacerme eco de la horrible tragedia de Barajas. Podría intentarlo, y probablemente lo conseguiría. De hecho, tenía ya pensados algunos temas, de estos que una va almacenando en la libreta pensando «para la columna de la semana que viene». Pero escribir sobre cualquier cosa, obviando todo lo que ha sucedido en estos dos días me hace daño, me hace sentir mal, frívola, como si no respetara algo profundo dentro de mí. Estoy golpeada, como lo está toda España. Y mira que de vez en cuando, con más frecuencia de la que desearíamos, nos asaltan con este tipo de noticias en los telediarios, en los periódicos. Pero siempre suceden en países lejanos, por lo general pobres. Nos afecta, pero no demasiado. Al fin y al cabo, las noticias están saturadas de muertos extranjeros, sin rostro. Pero he aquí que de pronto un día la desgracia ocurre a nuestro lado, y justamente por esta cercanía, el dolor nos golpea con mucha más intensidad que si hubiera sucedido en Bombay, o en Perú. Es terrible que hagamos estas diferencias, pero así somos. Yo he procurado no mirar demasiado la tele, no leer demasiados periódicos. Entre otras cosas porque las putas cámaras de los malditos programas de media tarde, los estápasandoespañaendirecto y toda esa morralla se están revolcando asquerosamente en el morbo de la muerte y del dolor. Pero me basta con ver una sola imagen para que me entre la desazón, y me ponga yo también de luto, y vuelvan también, por qué no, viejas heridas y dolorosos recuerdos.

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Así que perdónenme si hoy no puedo escribir de otra cosa, perdónenme si ni siquiera puedo escribir sobre esto. Tengo el corazón anegado en empatía, siento una enorme piedra sobre el alma, y no encuentro palabras para arrojar fuera de mí mi tristeza solidaria. Solo me asoma a la boca un intento de oración, que diré finalmente, con la esperanza de que la plegaria llegue a algún sitio.