ANÁLISIS

Don David

La cosa iba regular hasta que apareció él. Un 'prejubilado'. Entró en la segunda parte y bajó la persiana. El hombre enervó a los surcoreanos, les 'comió la cabeza', tapó la portería con sus dos metros de altura y cogió de la mano a la selección para llevarle a las semifinales. Qué curioso. Después de una primera fase mediocre, en la que España no se merecía ni resina para los dedos, el equipo se ha colado entre los cuatro mejores conjuntos de la Olimpiada y desprende un agradable aroma a medalla. No por su juego, que sigue siendo intermitente, sino porque cree que puede. Por eso y porque está él, don David Barrufet.

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Si alguien nos hubiera dicho que, para llegar a la final de los Juegos de Pekín, España tendría enfrente a Corea del Sur en cuartos e Islandia en las semifinales, hubiéramos firmado con sangre. Tampoco se trata de desmerecer al rival, pero es imposible transitar por un camino mejor.

Vaya por delante que no me gusta el balonmano surcoreano. Manías conservadoras que tiene uno. Esa defensa adelantadísima, casi un 3-3 asilvestrado, y ese ataque monolítico y revolucionado que acaba por agotarse. No hay alternativas cuando las cosas se tuercen. España se columpió en la primera parte, muy igualada, pero estaba claro que tarde o temprano acabaría por romper el choque.

Lo hizo con Barrufet en la pista. El don se merendó a los surcoreanos -encadenó siete paradas seguidas-, la defensa empezó a funcionar y los extremos a machacar. La lógica de un equipo. Ahora toca Islandia. César Argilés, ex seleccionador, solía decir que allí hasta la ovejas juegan al balonmano. Pero ahora viene el lobo. Quizás no sea tan fiero, pero le acaban de salir dientes nuevos.