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El psiquiatra loco

Un médico con ínfulas de intelectual y poeta se erigió en líder iluminado de la minoría serbia de la república separatista y la condujo a la mayor matanza desde la II Guerra Mundial

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La fiscal suiza Carla del Ponte, que durante ocho años ha perseguido sin éxito a Radovan Karadzic al frente del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), cuenta en su reciente libro de memorias la respuesta del director de la CIA, George Tenet, cuando le reprochó que Estados Unidos, al igual que la UE y la OTAN, no hacían nada para capturarle: «Mira, madame, lo que tú pienses no me importa una mierda». Las peticiones de cooperación que enviaba al Ministerio de Justicia serbio durante el mandato de Milosevic tenían por respuesta cartas en papel oficial que comenzaban así: «A la puta Del Ponte», dos puntos. Nadie parece haberse esforzado mucho en detener a quien está acusado de ser uno de los mayores genocidas de Europa desde los años cuarenta. Quizás ahora, cuando se siente ante el Tribunal de La Haya, se sepa algo más y se haga justicia, lo que no se pudo lograr con Milosevic, que falleció en prisión. Karadzic, probablemente, sabe más que él.

Ésa es la parte interesante que queda por conocer, porque la trágica se sabe de sobra. Los vecinos que morían a tiros en las aceras de Sarajevo cuando iban a comprar el pan, según les apeteciera a los francotiradores serbobosnios, morían porque lo había ordenado Karadzic. Él mantuvo la ciudad bajo asedio durante 44 meses para cuadrar su mapa personal de limpieza étnica en Bosnia Herzegovina. En ese cerco infernal murieron 10.000 personas, incluidos 1.600 niños, y hubo casi 30.000 desaparecidos. Se incluye en el balance de la guerra de Bosnia, la más atroz de las que generó la descomposición de Yugoslavia y que entre 1992 y 1995 dejó 103.000 muertos, 55.000 de ellos civiles, según el recuento moderado del Tribunal de La Haya. Más dos millones de desplazados y refugiados, que se pueden encontrar hoy en Europa y otros continentes.

Karadzic también ordenó tomar Srebrenica, donde tuvo lugar lo más horroroso y sanguinario que haya sucedido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Pero fue en julio de 1995, hace nada. El TPIY ya funcionaba desde hacía dos años. Esta población era un enclave declarado seguro por la ONU en el que se apiñaban en condiciones inhumanas y muriendo de hambre bosnios musulmanes que escapaban del avance serbio.

Las tropas bajo el mando del general Ratko Mladic, el otro criminal que aún debe ser arrestado, entraron sin oposición de los 400 cascos azules holandeses, e incluso se hicieron fotos bebiendo aguardiente con su coronel.

Los soldados separaron a los hombres y asesinaron, junto a ancianos y niños, a cerca de 8.000 con hachas, cuchillos y ráfagas de metralleta. Cortaron orejas y narices. Obligaron a padres a matar a sus hijos. Violaron y torturaron a mujeres, hasta al punto de que algunas se suicidaban. El autor intelectual, si se puede llamar así, de estos hechos, Radovan Karadzic, es, en cambio, psiquiatra, poeta mediocre y escritor de cuentos infantiles. Este montenegrino emigrado a estudiar a Sarajevo fue el brazo de Milosevic en Bosnia cuando comenzó la defensa de la Gran Serbia. En 1989 fundó el SDS, el Partido Social-Demócrata en Bosnia, y con los primeros movimientos hacia la escisión de Belgrado se erigió en líder iluminado de la minoría serbia.

Su teoría de superioridad racial se basaba en que los montenegrinos tenían la tibia más larga. El mandato de captura contra Karadzic es del 25 julio de 1995, con 16 cargos, desde genocidio a crímenes contra la humanidad. También el uso de 284 cascos azules como rehenes y escudo. Se dice que se ocultó en las montañas entre Serbia y Montenegro y que se refugió en el monasterio montenegrino de Ostrog. Al final estaba tan feliz en Belgrado. Su tierra, Bosnia, es una chapuza de país, mísero, amorfo y ficticio, el fiel reflejo de la guerra que él soñó.