Sociedad

En verano, de ocho a tres

El estío es también la estación de la jornada intensiva, una modalidad de horario que cada vez asumen más empresas por su alta productividad

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Los horarios de trabajo españoles son una singularidad nacional, una seña de identidad tan arraigada como desayunar un café y poco más. Todo el mundo sabe que no son saludables, pero se mantienen por tradición. El eslogan de Spain is different se mantiene vivito y coleando; a costa, eso sí, de muchos trabajadores que llegan a cenar con los ojos vidriosos, pálidos y unas ganas tremendas de tumbarse en el sofá. Disponer de dos horas para comer y alargar la jornada hasta las ocho, nueve, diez de la noche... es un caso único en Europa.

Como todo tiene su contrapartida, la jornada intensiva de verano (normalmente de siete horas) es otra curiosidad autóctona, que en los meses de calor hace más llevadera la conciliación de la vida profesional y personal en los sectores donde la plantilla se puede permitir echar la persiana a las tres de la tarde. ¿Alguien se imagina una ciudad sin autobuses por la tarde? ¿O una fábrica de chorizos cerrada a cal y canto? ¿O un hospital? Este parón supone tres meses de tregua, que permiten disfrutar del aire puro, el sol y un sinfín de posibilidades para llenar la vida con algo más que trabajo, trabajo y trabajo.

Por una vez, se sale antes de lo habitual que en el resto del continente -donde no varían los horarios con el cambio de estación- y se vive mejor que en Berlín o en Londres. Allí se suele apagar la luz de la oficina sobre las 17.00 o las 18.00 horas, también durante los meses de julio y agosto.

Ahorro en luz y agua

«La jornada intensiva de verano es una práctica que se ha ido extendiendo desde los años 80. La época estival suele ser más relajada y, además, no nos engañemos: también se está planteando egoístamente por parte de algunas empresas. Terminar la jornada a las 15.00 horas supone un ahorro importantísimo en teléfono, luz y agua...», deja caer Iñaki Piñuel, psicólogo del trabajo con una dilatada experiencia como director de Recursos Humanos en multinacionales de alta tecnología.

La cuenta de resultados no se resiente sino todo lo contrario, «porque se rinde mucho más sin tanto tiempo para comer, ni ese montón de reuniones innecesarias, ni esos ratos muertos en los que la gente se dedica a buscar restaurantes en internet o simplemente a crear camarillas y conspirar».

Ahora bien, también los hay que prefieren no bajar nunca el pistón, ni siquiera cuando los niños cogen vacaciones o los clientes han decidido pasar el mes de julio en Las Bahamas bajo una palmera. En este mundo globalizado, la competencia es imparable y salvaje, así que más vale no bajar la guardia: «La jornada intensiva de verano es un concepto anacrónico, sólo se entendía cuando no había aire acondicionado, pero ahora, hombre, está claro que no nos podemos permitir trabajar menos», advierte José Montes, presidente y director general de Tea-Cegos, firma de consultoría, formación y selección de personal.

La reciente propuesta de los ministros europeos de Trabajo que pretenden ampliar la jornada semanal a 65 horas -por acuerdo voluntario entre el empresario y el empleado- no cae en saco roto. Hay un clima favorable entre algunos expertos que enmarcan esa iniciativa «dentro de un panorama de flexibilidad que optimizará la producción a lo largo del año; no se aumentarán las horas anuales pero sí se podrán concentrar en períodos de especial demanda». Son palabras de Gregorio Izquierdo, director del Servicio de Investigaciones del Instituto de Estudios Económicos (IEE), que no duda en criticar a la Administración «por no seguir las leyes del mercado y permitir que los funcionarios salgan de trabajar a las tres de la tarde durante todo el año, ¿y eso a costa del dinero de los españoles!».

Siesta sagrada

Parece que la rentabilidad pasa por meter horas a destajo... Y en eso, España es toda una campeona; aunque luego se encuentre a la cola en productividad dentro de la UE.

Según un estudio de Euroíndice Laboral -realizado por la escuela de negocios IESE y la empresa de Recursos humanos Adecco-, sólo supera a Polonia y Portugal en términos de aprovechamiento de la jornada. Por cada 60 minutos, aquí se obtienen 30 euros de valor añadido; mientras que en Bélgica, donde más se exprime cada minuto, se supera a España en un 54%.

El tiempo es oro, pero a unos les luce más que a otros. ¿Será inevitable? ¿No hay manera de ponerse la pilas? Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid, achaca esa falta de brío al anacronismo de «unas jornadas que tenían su razón de ser en el pasado, cuando la siesta era sagrada, el lugar de trabajo estaba muy cerca del domicilio y siempre había alguien que te esperaba con la comida bien caliente, en casa».

Ahora, en cambio, no hay reposo del guerrero que valga: «Al final, la gente mete más horas porque se almuerza a dos pasos de la oficina, no se hace sobremesa ni se echa una cabezadita, y se vuelve al tajo enseguida; normal que haya tantos y tantos trabajadores quemados...».

Conclusión: la dinámica del presencialismo -es decir, de calentar el asiento y poco más- se ha convertido en un peligroso deporte nacional que hace daño por partida doble, mucho más que hace treinta años.

«Ya no sólo perjudica a los hombres dentro de la pareja; si no se tiene una jornada intensiva, más tarde o más temprano se plantea el eterno dilema cuando hay hijos de por medio: ¿qué hacer con los niños?», apunta la socióloga Constanza Tobío. Un dato: hace diez años trabajaban fuera de casa medio millón de mujeres y en la actualidad superan el 1.200.000.

¿A qué hora salgo?

Josefa Solá, secretaria confederal de coordinación de negociación colectiva de UGT, reconoce que «cada vez más se reivindica la flexibilidad de horarios». En lo que va de año, más del 53% de los convenios colectivos contempla la modalidad de la jornada intensiva, «o sea, más de 1.800.000 empleados tienen derecho a esa opción».

Por lo visto, ya nada es lo que era: en las entrevistas de trabajo, aparte de la pregunta del millón («¿cuánto me van a pagar?»), no falta otra muletilla: ¿Se puede saber a qué hora voy a salir? Quién sabe, a lo mejor la jornada partida tiene sus horas contadas... Está claro que el lema de Spain is different no vende mucho en este sentido.