opinión

Cádiz está chocheando

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Han pasado bastantes años desde que aquel cuartetero, con sus dos metros, se situó en el centro del escenario que tiene garganta profunda y bramó, tras una larga y oportuna pausa tragicómica, aquello de: «Caaaaaadi, tú no eres vieja... tú estás chocheando».

Desde entonces, muchos hemos recordado, repetido y versionado esa frase como uno de tantos golpes de ingenio explosivo que el Carnaval regala a nuestros repertorios de charla individual. Ahora, una década después, resulta que aquello era un vaticinio inexorable, un pronóstico preclaro del deterioro de una ciudad condenada, un año tras otro, por todos los números posibles.

Saque cualquier porcentaje, cualquier cifra, cualquier balance de cualquier pantalla, cajón o papel y verá que, inmediatamente, le dice algo malo de Cádiz. Fingimos que da igual, que en esta ciudad todos somos más de letras. Sabemos que las matemáticas mienten mucho y queremos pensar que las coplas consuelan lo suficiente.

Siempre creímos que la condición de vieja era sinónimo de sabiduría, de resistencia y mérito, pero esta semana nos ha demostrado lo contrario. La vejez es contagiosa, galopante y, además, sólo tiene dos alternativas: o avanza sin parar (que ya es chungo) o se corta en seco (que es muy jodido, pero completamente del todo, que diría El Chimenea).

Casi todos estábamos irracionalmente orgullosos de que Cádiz fuera tan antigua, de sus manidos 3.000 años que los expertos, hace cinco años en un congreso, rebajaron a 2.700 (¿ven? ni un maldito número respeta nuestra vocación de felicidad). Todos crecimos en la mentira de que la vieja Gadir, la tata Gades, la abuelita Cadi, era una señora tan guapa de nacimiento, tan afortunada en el reparto genético de piedras y playas, que los años la ponían más bonita sin que sus niños ni sus nietos se tuvieran que esforzar en reparar los efectos del paso del tiempo.

Nos la imaginábamos peinándose las canas en la orilla, con una bata y las olas por los tobillos, mientras recordaba los buenos tiempos: el desplante al francés aquel tan sieso y cortete. Con la vista perdida, como la foto que le hizo Vasallo de joven, mientras recordaba a su niña cubana, tan rumbosa, a la que todavía le mantiene intacta la habitación en una torre-mirador, por si vuelve. Queríamos creer que iba tirando con el recuerdo de esos marinos indianos que le traían regalos, caprichos y vitualla un día sí, otro, también. Teníamos una imagen idealizada de la vejez de Cádiz, asociada, únicamente, a todas las ventajas que tiene cumplir años, sin querer saber nada de los inconvenientes.

Pero van los números, los puñeteros números, y nos despiertan otra vez. El Instituto Nacional de Estadística ha venido esta semana con la nueva ración y, como siempre, se nos atragantan.

Ahora resulta que Cádiz no es vieja, ni está chocheando... si no que se desangra. Como vive en un partidito limitado por el mar, no disfruta las comodidades de otras ciudades de la provincia, ni de otras capitales andaluzas o españolas. No puede ampliar la residencia y, desde hace ya demasiados años, con prisa pero sin pausa, la población decrece, la edad media se dispara y la gente se muere más de lo que nace, pese a que sólo podemos hacer ambas cosas una vez en la vida. De pronto, esa vejez tan contada y cantada, esa dulce decadencia que nos llevaba por un túnel submarino hasta Roma y conectaba La Habana con las Cuevas de María Moco es un lastre, una carga que amenaza con terminar en ese lugar al que llevan todas las vejeces.

Cada vez somos menos, con más edad repartida a escote, más mayores y gastados. Somos la única capital de provincia que pierde población. No es casual. No es nuevo. Lleva pasando demasiado tiempo. Y no para. Aquel sueño que nos contaron en los años 90 de vivir en un gran chalé llamado Bahía, con otras hermanas, para tener más y de todo, ya no lo menciona nadie, no se lo cree nadie. Las demás parientes (Jerez, los puertos, Chiclana...) con su suelo libre, van cada una por su lado y los viejos son los que más tienen que perder si se quedan solos.

Hay nietos con inquietudes y con ganas, capaces de hacer cómic, diseño, teatro y música, pero se aburrirán si todo sigue igual. Cunde la sensación de que hay poco futuro junto a la vieja, que hay que largarse. Hay sobrinos que le organizan conciertos, fiestas y encuentros, pero Cádiz los espanta cada vez en mayor número. Sólo parecen quedarse los niños gamberros y dejados, asustándola con sus modos y sus motos. Cada vez menos cuidado todo.Con las reformas pendientes. Ni siquiera sabemos cuánto tiempo resistirán visitándola esos que vienen a verla una vez al año, porque les coge de paso en vacaciones.

Cádiz cada vez está más viejecita en el peor sentido, aferrada a sus pagas, abandonada por unos hijos que sólo aspiran a que PSOE o PP les coloquen en Diputación, Junta, ayuntamientos o asociaciones profesionales afines. Cada cual pendiente de los intereses de su chiringuito, de su secta. Ninguno quiere abrir una empresa, ni consigue trabajo duradero y estable en la provincia.

Los únicos que han prosperado a su alrededor han sido los caseros usureros. Ni los aniversarios venideros ilusionan a la vieja y los suyos. Parece que todo lo bueno ha pasado ya y que todas las alegrías consisten en recordarlo. Eso, a los más jóvenes, les suena a batallita triste. Gades ni siquiera es divertida por las noches, la geriatra que la cuida la manda a la cama enseguida, la saca de las terrazas pronto y con malos modos.

El mensaje del Libi parecía un buen chiste, pero era mucho más. Cada año, desde que lo dijo, estamos peor.

Chocheando sin remedio.