Editorial

Selección de valores

La llegada de la selección española de fútbol a Barajas dio paso ayer a un merecido y multitudinario homenaje por las calles de Madrid en el que pudo reconocerse con facilidad el sentir de la inmensa mayoría de los españoles. Gracias a la selección la ciudadanía entera se ha aficionado a ver jugar con talento y voluntad de victoria, fijando su atención durante las últimas semanas en los encuentros de la Eurocopa disputados por «la roja». La final contra Alemania ofreció momentos que reunieron más espectadores ante las pantallas de televisión de nuestro país que ningún otro evento anterior; momentos que dispararon también las audiencias en el resto de Europa y en muchas partes del mundo. Tras la derrota del mito alemán, el júbilo general dejó atrás las últimas reservas que podían mantenerse ante la ejecutoria del equipo de Luis Aragonés. Pero aun siendo numerosas las expresiones callejeras de alegría por el triunfo español, que convocó espontáneas concentraciones en ciudades y pueblos al atardecer de los últimos dos días, más apoteósico resulta el apoyo dispensado por una sociedad gozosa de disfrutar la escalada partido a partido de la selección como si fuera suya.

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Lógicamente cada ciudadano ha sentido y exteriorizado el contento a su modo. Unos sublimando la hazaña como si se tratara de una gesta nacional, los más enorgulleciéndose e identificándose con el estilo futbolístico y personal desplegado por los jugadores. Sólo una reducida minoría optó por dar la espalda a la copa conquistada, anunciando de antemano que prefería el triunfo de cualquier selección menos de la española. Sin embargo, basta echar una ojeada a la audiencia lograda por la retransmisión de la final del domingo para percatarse de que fue seguida por un número extraordinario de espectadores en todas las comunidades autónomas. Y aunque en Euskadi y Cataluña su índice se situara cinco y diez puntos respectivamente por debajo de la media española, es indudable que muy poca gente se despreocupó de lo que pudiera ocurrir en el partido o, llegados al mano a mano con Alemania, se mostró, por contrariar, favorable a esta última selección. La victoria española no necesita de alardes que conviertan la buena noticia en un hito histórico que trascienda lo deportivo. Pero es evidente que esta generación de futbolistas competitivos y cabales, habituados desde juveniles a medirse a nivel internacional, conecta de lleno con los jóvenes de su edad y con millones de españoles que han visto en ellos valores y actitudes a aplicar en cualquier otra faceta de la vida social. No conviene extraer del inmejorable resultado en la Eurocopa la conclusión de que será fácil el camino para acceder al Mundial. Pero la lección ofrecida por los integrantes del equipo nacional de fútbol permite afrontar el futuro con el razonable optimismo con el que se han enfrentado al reto de la Eurocopa.