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La paciencia se agota

Francia y Alemania apuestan por seguir con la reforma política de la Unión aunque los irlandeses abandonen el proceso

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Una vez más Europa está en manos de un puñado de indecisos, irlandeses para más señas, un pueblo batallador pero que no ha desempeñado grandes papeles en la historia, salvo protagonizar una masiva emigración a Estados Unidos huyendo del sojuzgamiento inglés. La pregunta que, naturalmente, se hacen ahora casi quinientos millones de europeos es qué pasaría si, en el referéndum de ayer, y por un estrecho margen de votos, el Tratado de Lisboa no es ratificado en este pequeño país de poco más de cuatro millones de habitantes. ¿Quedarían invalidados los esfuerzos realizados a todo lo largo de una década por dos generaciones de políticos y unas cuantas decenas de gobiernos para adaptar el entorno institucional europeo, y las competencias de la Unión, a las nuevas circunstancias del siglo XXI?

Ningún político con capacidad real de decidir sobre el futuro se atreve, estos días, a dar respuesta a esa pregunta. Unos y otros apoyan el 'sí' y esperan que salga adelante sin problemas. Sólo Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, encarnaciones respectivas de lo que se ha denominado el 'eje franco-alemán', advertían esta semana de que Francia y Alemania presentarán a los demás socios de la UE una iniciativa conjunta al respecto. No han dado a conocer su orientación.

Puestos en el caso negativo, es decir, que salga 'no', es fácil suponer que Merkel y Sarkozy propondrán, de entrada, que el proceso de ratificación continúe en los once estados miembros que lo tienen pendiente. Es la misma estrategia que se adoptó cuando franceses y holandeses rechazaron el proyecto de Constitución. Tal y como están las cosas, los irlandeses se encontrarían al final aislados y sumidos en sus propias contradicciones.

El problema es si otros países -Reino Unido o República Checa- deciden paralizar sus respectivos procesos de ratificación porque en Irlanda haya salido 'no'. Ya lo hicieron con motivo de la Constitución, para ahorrarse sus gobiernos el desgaste político derivado de convocar una consulta en países mayoritariamente euroescépticos, y defender el 'sí'.

El escenario político ahora es, sin embargo, diferente: la ratificación parlamentaria para el Tratado de Lisboa es el camino asumido por todos los socios, excepto Irlanda por razones constitucionales. No hay otro coste político a la vista en esa ratificación parlamentaria que el ya asumido. Es más: la suspensión del trámite en Reino Unido o en la República Checa sería inmediatamente percibido por el resto como un boicot a Lisboa; poco menos que juego sucio.

Y en Europa no se puede hacer juego sucio con estas cosas. No es imaginable una renegociación del Tratado, en el que irlandeses y británicos obtuvieron cuanto pedían. Y tampoco parece creíble que el núcleo principal de socios de la Unión se avenga a continuar con los esquemas consagrados por el Tratado de Niza, actualmente en vigor.

Consejo bis

Con los irlandeses sin ratificar Lisboa, se abriría el escenario de dejarlos fuera: el Tratado de Lisboa sería asumido por el resto como un tratado internacional más, la UE funcionaría al ralentí con Irlanda dentro para lo que se pudiera, y para el resto, para lo importante, se actuaría en foros determinados: un Consejo bis, por ejemplo. La figura de las cooperaciones reforzadas daría gran juego en esta situación.