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El pan de cada día

La crisis me está empezando a aburrir a mí. Y lo peor es que hasta nos están convenciendo de que estamos peor que nunca. Me dice un amigo de Madrid, cuyo padre es constructor en Marbella (¿!) que está la cosa muy mal, que a su padre le deben como diez millones de euros (creo que dijo esa cantidad, o quizá más, qué se yo, yo me sigo haciendo un liazo enorme con los euros llegando a ciertos números). Eso me dice, en su estudio de grabación de Madrid montado a tutiplén, acariciando a su perro de raza exclusiva terrier tibetano, justo antes de irse a su piso de lujo en el Barrio del Pilar, con sauna, piscina y doscientas cosas más.

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Yo me río de que hablen de crisis tanto unos como otros. ¿Cómo pueden hablar de crisis los que siempre están en crisis? ¿Cómo pueden hablar de crisis aquéllos a los que la crisis no les afecta?

Todo esto lo comento desde la cotidianeidad de mis días, donde la escasez económica desvelaría mis noches si no estuviera ya tan acostumbrada a ella. En Cádiz la palabra crisis no debería ni mencionarse porque, ¿cuándo no ha estado Cádiz en crisis? Bueno, a lo mejor con los fenicios, o después de echar a Napoleón y tal, pero poco más. Basta leerse las letras de los tanguillos de los coros de principios del siglo XX y compararlas con las de ahora para observar una asombrosa coincidencia temática que casi mueve al cachondeo: «Astilleros está fatal, el muelle está fatal, las casas apuntalás, Cádiz es una ruina...».

En fin, disculpen mi escepticismo, no quiero herir a nadie, pero permítanme al menos dudar de esta crisis tan traída y llevada. La habrá, pero la mayoría seguimos igual de jodidos que siempre. Para que nos enteremos de verdad tendría que venir un «corralito», como en Argentina. Todo puede suceder, no se confíen, pero de momento sigamos disfrutando de nuestra cotidiana miseria.