opinión

Vuelta de Hoja | Nuevas dificultades antiguas

Si al imposible cóctel de la vida española se le añaden unas gotas de sangre, el cotidiano trago le sienta mal incluso a los abstemios. No digamos a los que sienten sed de justicia. Eso de que hay que acostumbrarse a los asesinatos y considerarlos como un tributo no está al alcance de todos. Muchos creemos que aún no ha hecho metástasis el cáncer y que no todos los problemas se resuelven asesinando a los más humildes y abnegados servidores de la ley. Por si no existieran conflictos, se añaden en este momento los que tienen como misión única crearlos. El cercado y abrumado señor Rajoy dice que no va a cambiar sus principios, pero augura nuevas dificultades. La verdad es que no son nuevas. El desguace al que asiste, es al mismo tiempo el que fomenta. Empezó al aceptar digitalmente su cargo y no acabará hasta que no lo someta al veredicto de los suyos. Lo malo es que los suyos son cada uno de su padre y de su madre.

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Lo peor que le puede pasar a un líder es que inspire lástima.

Del mismo modo que lo peor que le puede pasar a un pueblo es que lo aburran. Ya está bien de querellas internas. ¿Por qué la gente, atareada con eso de ganarse la vida y atenta al precio del arroz y de la luz, tiene que estar superinformada de las dimisiones, ambiciones y prostituciones de los que dicen representar a diez millones de españoles? Sería más fácil que nos dieran a conocer que en el PP se ha colgado el famoso letrero ese que dice que «el último que se vaya, que apague la luz y traiga un paquete de arroz».

A quienes nos trae con cuidado, pero no preferente, ni por supuesto exclusivo, la lucha política, nos están provocando un tedio muy próximo al nirvana, que para los budistas es una especie de bienaventuranza que incorpora al individuo a la esencia divina, pero para nosotros es un coñazo.