Editorial

Agresiones reiteradas

El intento de boicot protagonizado ayer por jóvenes extremistas contra Rosa Díez cuando se disponía a pronunciar una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid constituye el tercer incidente de inadmisible intolerancia registrado, en apenas una semana, en distintos campus contra dirigentes partidarios. Los ataques sufridos en tan sólo 24 horas por la candidata de PP catalán Dolors Nadal reflejan que las manifestaciones de repulsa y las acciones judiciales emprendidas contra quienes provocaron el primer altercado, dirigido contra María San Gil, no han ejercido el efecto disuasorio imprescindible para evitar que actuaciones volvieran a repetirse. Que así haya sido certifica que los sectores más dogmáticos e intransigentes siguen concibiendo las convocatorias a las urnas como el ámbito propicio para tratar de imponer sus minoritarias proclamas a través de la fuerza y la coacción.

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No es la primera vez que una campaña electoral se ve salpicada de amenazas y agresiones. Pero de igual manera que sería un error incidir en el carácter aislado del acoso padecido por San Gil, Nadal y Díez a fin de trivializar sus graves consecuencias para la libertad de todos, constituye un exceso atribuir la responsabilidad última de estos brotes de antidemocrática agresividad a la ejecutoria del Gobierno de Zapatero. Especialmente porque la identificación de un aparente motivo como detonante de los desmanes descarga a los protagonistas de los mismos de la culpa individual e intransferible que les corresponde. Pero la asunción de los límites del propio fanatismo y su posible corrección sólo podrán producirse si tanto los responsables políticos como la comunidad universitaria se comprometen a hacer verdaderamente audibles sus expresiones de condena por encima de los gritos de la minoría más radicalizada.