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El catecismo de Fidel

El alegato de defensa utilizado por el Comandante en el juicio en su contra por el asalto al cuartel de Moncada en 1953 se convirtió en la base de su ideario revolucionario

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Un plan fallido para terminar con la tiranía de Fulgencio Batista el 26 de julio de 1953 acabó con muchos jóvenes muertos y otros detenidos, entre ellos Fidel Castro, pero estableció la fecha formal de inicio de la revolución cubana que triunfó seis años después. Durante el juicio por la intentona, aquel joven abogado de 26 años pronunció un alegato de autodefensa que devino en el programa político aplicado una vez que alcanzó el poder. La historia me absolverá, primer discurso del que hay constancia escrita de todos los que el Comandante pronunció en su vida, es aún el catecismo.

Con su singular oratoria, Castro describió el proyecto para derrocar a Batista, a quien acusaba de usurpar el poder con el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y de no respetar la Constitución de 1940. Un grupo de revolucionarios preparó por sorpresa el asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y al de la ciudad de Bayamo, ambas en el oriente de la isla.

La operación fue un fracaso militar y muchos asaltantes murieron bien en combate o asesinados posteriormente. Otros cayeron presos, como el cabecilla Fidel, secundado por su hermano menor, Raúl.Tres meses después de la insurrección, amparado en su condición de abogado, optó por defenderse a sí mismo ante el tribunal. En su alegato improvisado no pidió ser puesto en libertad, sino enviado junto a sus compañeros que «sufren ya en Isla de Pinos ignominiosa prisión». Castro agradeció a los magistrados haberle permitido «expresarme libremente, sin mezquinas coacciones». Y concluyó diciendo: «Sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá». Sus palabras ya dejaban ver la notable influencia que sobre él ejercía José Martí, el padre de la patria, a quien mencionó en quince ocasiones.

Los seis problemas

Desde su reclusión en la Isla de Pinos, ahora conocida como Isla de la Juventud, Castro pasó a papel, de manera más cuidada y minuciosa, su discurso ante el tribunal. Pedazo a pedazo, lo fue entregando a dos compañeras de lucha, Haydée Santamaría y Melba Hernández, con «instrucciones precisas» para su publicación clandestina, según recuerda la periodista Marta Rojas, que entonces cubría el juicio.

La ahora laureada escritora cubana resume cuál fue la petición de Fidel: «Deben tomarse las medidas de precaución para que no descubran ningún depósito ni detengan a nadie, actuando con el mismo cuidado y discreción que si se tratase de armas». Precisaba: «Lo que fue sedimentado con sangre debe ser edificado con ideas». Y les insistía en que «la importancia del mismo es decisiva, ahí está contenido el programa de la ideología nuestra, sin la cual no es posible pensar en grande». En el documento, Castro llegó a negar la preparación castrense de su grupo: «¿Nada más absurdo! El plan fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar». Pero añadía que «se llevó a cabo con admirable precisión y absoluto secreto». Confesaba que pensaban «proseguir la lucha en las montañas» si fracasaban y puntualizaba que «no fue nunca nuestra intención luchar con los soldados del regimiento, sino apoderarnos por sorpresa del control y de las armas».

Fidel Castro enumeró entonces las sombras negras en la radiografía de aquellos años. «El problema de la tierra, el problema de la industria, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política».

Industrializar el país

Y éste fue el panorama que pintó: «El 85% de los pequeños agricultores cubanos paga renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras». «Hay 200.000 familias campesinas que no tienen una vara de terreno donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de los poderosos intereses, cerca de 300.000 caballerías de tierras productivas»; «Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de industrializar el país es urgente».

«Tan grave o peor es la tragedia de la vivienda -prosiguió-. Hay en Cuba 200.000 bohíos y chozas; 400.000 familias del campo y la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud; 2.200.000 personas de nuestra población urbana pagan alquileres que absorben entre un quinto y un tercio de sus ingresos, y 2.800.000 de nuestra población rural y suburbana carecen de luz eléctrica».

Habló también de la miseria: «Sólo es posible librarse de ella con la muerte; y a eso sí los ayuda el Estado: a morir. El 90% de los niños del campo está devorado por parásitos que se les filtran desde la tierra por las uñas de los pies descalzos». Y de la «reforma integral de nuestra enseñanza». Recordó varias frases de Martí, entre ellas, que «un pueblo instruido será siempre fuerte y libre», sentencia convertida en lema de muchas marchas y congresos. Fidel Castro contó la historia de una república que tenía leyes, partidos y libertades hasta que Batista cometió «el horrible crimen que nadie esperaba». «Ocurrió entonces que un humilde ciudadano, con el Código en una mano y los papeles en otra, presentó un escrito denunciando los delitos» y pidiendo 108 años de cárcel para Batista y sus diecisiete cómplices golpistas. «Yo soy aquel ciudadano humilde ( ) y ahora, cuando es a mí a quien se acusa de querer derrocar este régimen ilegal y restablecer la Constitución legítima de la república ( ) un fiscal con el Código en la mano, muy solemnemente, pide para mí veintiséis años de cárcel».

Y, claro, avanzó cuáles serían las leyes revolucionarias que acabarían con todos esos males. Al triunfar la revolución, el 1 de enero de 1959, muchos de estos planes de Castro se pusieron en marcha, con la salud y la educación como pilares.