TRAYECTORIA. El escritor Pepín Bello. / EFE
Cultura

La muerte de Pepín Bello cierra el libro de la Generación del 27

El intelectual, de 103 años, fue confidente en la Residencia de Estudiantes de artistas tan importantes como García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel

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Risueño, lúcido, coqueto, José Bello Lasierra, Pepín Bello para sus amigos y para la historia, la memoria viva de la Edad de Plata, ha dejado de existir. Falleció ayer en su domicilio de Madrid a los 103 años. Murió «mientras dormía», según fuentes familiares. «Se fue sin ningún problema de salud; ha muerto por agotamiento, porque su cuerpo no daba más de sí». El centenario intelectual será enterrado hoy en el cementerio de la Almudena.

A la Residencia de Estudiantes -también llamada la colina de los chopos- llegó José Bello (Huesca, 1904) en 1921 para estudiar medicina. Había viajado a Madrid desde su Huesca natal en 1915 con el fin de cursar bachiller en la Institución Libre de Enseñanza, germen de la residencia. Allí intimó con Federico García Lorca, Salvador Dalí y su medio paisano, el turolense Luis Buñuel, conformando un cuarteto memorable que cambió la historia de nuestra cultura.

Confidente y aglutinador de un grupo genial que anticipaba la generación del 27, Pepín Bello fue, hasta este viernes, el único superviviente de aquel memorable núcleo de la Edad de Plata; el único que se ha ganado un hueco en la historia sin haber escrito un libro o un poema, pintado un cuadro o rodado un plano. Por más que su influencia se perciba en las obras de sus amigos y se le tenga por el más surrealista de los surrealistas españoles, Pepín aseguró hace unos meses «tener lo mismo de poeta que de marciano».

Federico

Trató primero a Buñuel, a quien conoció en 1917, luego a Lorca (desde 1919) y posteriormente a Dalí, a partir de 1922. Pero de este trío genial, el que le dejó una huella más honda fue Federico. «Era el más carismático», afirmaba. «Dalí tenía una gran personalidad y era un pintor de verdad, pero la genialidad, el arrebato y la subyugación que ejercía Federico no la he vuelo a encontrar en nadie». Tampoco conoció a nadie con sus dotes de observación y su capacidad para captar todo cuanto ocurría a su alrededor, cualidades que le conferían «una asombrosa capacidad para crear».

El pasado mes de mayo regresó Pepín a su amada colina de la Calle Pinar para celebrar sus 103 años con la edición de un libro ¿Ola Pepín!. En él evoca a aquellos geniales amigos. Impecablemente trajeado, aunque descorbatado, con gafas de chico Martini y la única ayuda de un bastón, el inefable Pepín Bello recorrió de nuevo la Residencia de Estudiantes, donde compartió estudios y correrías con su añorados amigos. «En esta casa encontré un ambiente insospechado: educación, elegancia sencilla, cordialidad, afecto entrañable, buen gusto y gusto por el arte».

De Dalí recordaba que iba vestido «de artista del XIX, con su melena azabache y una casaca de terciopelo; cuando observé sus dibujos comprendí que tenía un gran talento y se lo dije a Lorca y a Buñuel».

El burro putrefacto

Aunque se reía hasta de su sombra, no era frívolo. «Que nadie se equivoque. No he sido un bromista. Antes al contrario, he sido más bien serio. La frivolidad me ha gustado poco y lo poco que hecho lo hice muy en serio. La ligereza y la frivolidad nunca fueron mi camino». Enrique Vila-Matas, admirador confeso de los escritores ágrafos, de los genios de la literatura que no escriben, describe a Pepín Bello como el escritor del no por excelencia, el arquetipo genial del artista hispano sin obra». «Bello figura en todos los diccionarios artísticos, se le reconoce una actividad excepcional, y sin embargo carece de obras, ha cruzado por la historia del arte sin ambiciones de alcanzar ninguna cima».

Bello tuvo, sin embargo, un papel decisivo en Un perro andaluz, la película que consagró a Buñuel como maestro del surrealismo. «El burro putrefacto que aparece en una de las escenas fue ocurrencia mía», contaba entre risas. En 2001 se le concedió la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio y en 2004 el premio Aragón del Gobierno de esta Comunidad. Fue también presidente de Honor de la Asociación de Amigos de la Residencia de Estudiantes.

«Con el fallecimiento del último testigo de la Generación del 27, perdemos la que ha sido memoria viva de una época de fructífera creación», manifestó el ministro de Cultura, César Antonio de Molina, al conocer la luctuosa noticia.