VUELTA DE HOJA

Las listas

Hay grandes colas para las rebajas de enero, para abortar y para figurar en la lista de candidatos. Que no se cuele nadie. Falta una semana para que se sepa quienes son los elegidos, aunque no les haya llamado Dios por el camino de la política, y las tensiones crecen hasta el punto de que pueden romperse y ponerlo todo perdido. El señor Acebes, puesto a pedir, pide cohesión interna. Jamás la ha tenido ningún partido y el suyo no puede ser una excepción. Como nadie ignora, los rivales más encarnizados se reclutan siempre entre los correligionarios, de ahí que siga vigente el célebre grito de «¿cuerpo a tierra que vienen los nuestros!». Los enemigos no traicionan. Con los que hay que andarse con ojo es con los más entrañables compañeros. El escalafón es el escalafón y son muchos con los que quieren escalar.

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Vivamente recuerdo aquellas colas de la posguerra, donde también se prodigaban los codazos. Si bien se mira, las cosas no han variado tanto: entonces se trata de comer y ahora también. En aquel tiempo sombrío se repartía, cuando te llegaba el turno, una pastilla de jabón, un poco de azúcar o un cuarto litro de aceite y ahora se reparten despachos, coches oficiales y escoltas, cosas que también constituyen para algunos artículos de primera necesidad. La ferocidad de la lucha se agrava porque abundan los candidatos que se han partido el pecho por su partido o bien porque le han partido el suyo a otros colegas. A eso se une el asunto de la paridad. El problema no es sólo que haya que dejar a bastantes en la cuneta, sino que en las cunetas no cabe nadie más. Las aglomeraciones no favorecen la cohesión interna, ni siquiera la mediopensionista, y el déficit no es sólo de ideologías, sino de acomodadores. El día 17 oiremos a alguien cantar eso de «yo tenía un camarada, pero logré quitármelo de encima».