TRIBUNA

2008: ¿No al Manifiesto de los Persas!

Con la llegada del nuevo año 2008 se acerca también la conmemoración del Bicentenario de la llamada Guerra de la Independencia, una guerra -según la historiografía más tradicional- contra Napoleón y el enemigo francés. Según esta visión, Francia se convertía en una especie de territorio babilónico y Napoleón en su peculiar Lucifer, frente al mito de la Nación indomable que, por aquellos mismos años, nacía al calor de una supuesta lucha en defensa de la tradición. Esto es, España.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Dos siglos después de aquellos acontecimientos violentos, y en un clima de libertad y Democracia como en el que actualmente vivimos, sorprende por parte de cierta clase política e intelectual, el estado de ceguera y terquedad con el que se continúa mirando a aquellos años que inauguran la Modernidad en España. Porque, para que nos vayamos entendiendo, para muchos españoles de entonces, Napoleón y Francia constituían todo un ejercicio de compromiso político nacional, frente a una polvorienta tradición que reivindicaba los mitos antiguos del Altar y el Trono, que tan siniestramente se aliarían a partir de 1814 para secuestrar la Constitución de Cádiz de 1812, perpetrando un golpe de estado en toda regla que, en cierto sentido, se ha venido manteniendo hasta la llegada de la Democracia en España y la Constitución actual de 1978.

Sorprende, y mucho, observar, el cinismo con el que se pretende establecer una continuidad entre 1812 y 1978 -conozco algunos políticos, intelectuales y medios de comunicación (por llamarlos de alguna manera) que están en esa línea de creación de opinión pública, como si entre ambas Constituciones todo hubiera sido un camino de rosas con algunos pequeños obstáculos productos de los vaivenes de la Historia. Un peligroso discurso con que el se pretende maquillar la verdad de una Historia, en la que a pesar de esta idílica lectura, hay más sangre e injusticia, en la que es la discontinuidad de la libertad la que preside un discurso, fuertemente ideologizado desde los presupuestos más ultraconservadores de la sociedad y la cultura española de los siglos XIX y XX.

Yo pensaba que esta batería de Bicentenarios, 2008, 2010, 2012, 2014, iba a servir para, desde un espíritu moderno y progresista, desde un espíritu de vanguardia, como también de rigor y coherencia democrática, iba a servir -insisto- para despertar esa extraordinaria y rica tradición liberal-nacional-republicana, tantas veces silenciada en las fosas del olvido, y que, ahora más que nunca, podría valer como uno de los pilares intelectuales y cívicos más sólidos e importantes de esta realidad que llamamos España.

Son muchos los nombres ligados a ese espíritu, que no tiene nada que ver con esas otras formulaciones del ser liberal que tanto gusta, por ejemplo, a determinados locutores de radio y sus fervorosos oyentes. De Moratín a Blasco-Ibáñez, de Gallardo a Galdós, de Marchena a Antonio Machado, de Blanco-White a Manuel Azaña, de Jovellanos a Unamuno, en una larga lista que se me antoja interminable, como herencia de esos paréntesis discontinuos de libertad que salpican la Historia de España y que da algunos de sus mejores frutos en la Constitución de Cádiz, en la Institución Libre de Enseñanza, en esos magníficos versos de Campos de Castilla, como esencia del alma española, o en esa concienzuda reflexión sobre el exilio liberal que desde el suyo americano en la Universidad de Princenton nos ofrece la personalidad de Vicente Llorens.

Esta profunda reflexión debería ser parte del camino a recorrer en los próximos años, más allá de esta especie de cabalgata zarzuelera de Gigantes y Cabezudos que, desde ciertos sectores de la política y nuestras instituciones, se reivindica de manera muy exclusiva una y otra vez, en un gesto ya demasiado cercano al Manifiesto de los Persas. Porque el 2008 y todo lo que significa debe ser espectáculo, claro que sí, pero desde una verdad que no se nos manipule más desde esa especie de política espectáculo en la que a veces parece que vivimos permanentemente.