TRIUNFO. El francés, a hombros a la salida de Las Ventas.
Toros

Apoteósico Bautista

Juan Bautista Jalabert le cortó dos orejas de ley a un toro de El Puerto de San Lorenzo en la tercera de la Feria de Otoño

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Juan Bautista toreó de maravilla un inmenso y noble toro Cantinillo de Lorenzo Fraile, quinto de una destacada corrida del Puerto de San Lorenzo, y le cortó las orejas muy de verdad. Miguel Ángel Perera toreó con poder, riesgo y calma otro toro del Puerto, un Argel tercero que apretó, guerreó y se vendió caro porque fue de partida muy incierto. A ese toro tan gobernado lo mató Perera de un desafortunadísimo sablazo. Con las orejas se arrastró el toro. No mereció llevárselas puestas. Sino tenerlas Perera tan en las manos como tuvo las del quinto Juan Bautista.

En orejas se miden las corridas de campeonato, y ésta lo fue. Espectáculo de calado, fuerte, repleto de cosas. Sólo cinco y no seis toros del Puerto. La tercera que echaba en Madrid este curso Lorenzo Fraile. En conjunto, la mejor de las tres. Sin un toro tan refinadamente bravo como el cuarto que en mayo y en la corrida de la Prensa se jugó bajo un diluvio. Toro de apoteosis del propio Juan Bautista. Sí hubo ahora un quinto de calidad. Aunque acabara rajado. Y tres más de esparcir y repartir emociones en serio: el del triunfo de Perera y los dos de lote de Miguel Abellán. Lidiado a la defensiva, el segundo, de acusada querencia a tablas, vino a rajarse. Pero fue toro de mucha presencia, vivo, latente.

Con un toro Servilón de 614 kilos, abundantísimos, hondo cuajo a la vista, abrió fiesta Miguel Abellán. A punto de descaderarse el toro en un mal paso. No importó. Seguro con el capote en lidia y un quite sabroso por chicuelinas, Abellán se vació con el toro. Y una estocada desprendida.

Un toro de tregua, el de las tablas, que Juan Bautista manejó con autoridad y brevedad en la segunda raya; y luego se empezó a embalar la cosa. De aire imprevisible el tercero, que derribó con escándalo formidable -un quite providencial de Juan Bautista para salvar al caballo de pica, a punto de ser degollado en el suelo- y que en banderillas se le vino al chaleco a Álvaro Montes, que lo lidiaba. Brindis al público y cite de Perera desde el platillo. Pelea sin tregua, hasta que Perera le pegó con la diestra una mayúscula tanda a cámara lenta que volcó la plaza y dejó al toro domado. De ahí en adelante, a placer, rugientemente. Formidable densidad. Muy intenso. Boca abajo la plaza. Hasta que la espada arruinó el invento.

La violencia de toro indispuesto no permitió a Abellán apenas licencias. Y entonces llegó la hora de Juan Bautista. Un quinto de mansa salida fría, corretón y abanto. Pero se quedó en el caballo y Juan Bautista quitó a pies juntos con salero. Con una revolera cambiada dejó al toro para la segunda vara al pie del caballo casi. Imponía el toro, que estaba crudo. De largo Juan Bautista para sólo en la primera tanda de faena romper sin más con la pana y clamorosamente: de largo, con la diestra, sin pruebas, cinco ligados en el sitio y el toro por delante. Y en seguida, otra tanda casi igual y el remate de un recorte cambiado a pies juntos suculento.

Ya a toro metido y engañado, tres tandas más de auténtica antología. De alta escuela todo entonces. Mucha gente en pie en los remates de tanda. Runrún de faena mayor. Antes de matar, una tanda por arrucinas algo inoportuna. Cuando iba a rajarse el toro, otra tanda de someter y una estocada entera recibiendo al toro. Dos orejas. Un clamor.

Quedaba un cinqueño de Martelilla a punto de cumplir los seis, bondadoso, sin mucho corazón, desganadito, dócil. Lo templó Perera con paciencia. Y se acabó metiendo entre pitones. Pero estaba fresca la estampa colosal de Juan Bautista. Y pesaba.