Mayte Alcaraz

Rivera

Es más difícil explicar a los españoles que un veto tribal les obliga a ir a las urnas que, por patriotismo, se deja gobernar

Mayte Alcaraz
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Si España fuera un país de patriotas, la fotografía de Mariano Rajoy y Albert Rivera que hoy pueden ver los lectores de ABC en este mismo ejemplar sería la de los futuros presidente y vicepresidente del Gobierno de España. Son dos dirigentes –uno en su último telediario político y el otro a punto de asumir sus primeras responsabilidades importantes– a los que une mucho más que lo que separa: son constitucionalistas, defienden la unidad de España, dirigen partidos reformistas y moderados, tienen vocación europeísta, comparten la misma visión en política exterior, son cofirmantes del Pacto contra el terrorismo yihadista y defienden el imperio de la ley en un Estado de Derecho. Eso sí, apuesto a que no se irían de pulpo a feira ni de cañas.

Ni falta que les hace. Es más: puede que ambos, en ámbito privado, hayan hecho críticas muy duras del otro. Pero tanto da.

Seguro que a usted tampoco le gustan todos sus compañeros ni soplaría las velas en el cumple de su jefe. Pero comparte objetivos con esos colegas y hace todo lo posible por arrimar el hombro, aunque el hombro de al lado no sea el de su amigo del alma. Y no digamos si los tiempos vienen difíciles y la empresa está en números rojos, con la competencia mirando de reojo a ver si el golpe es morrocotudo.

Ayer, al escuchar a Rajoy tras la cita con Rivera, más de uno tuvimos la sensación de que éramos como el enfermo grave que respira tranquilo porque, en lugar de mandarle el médico a la UCI, le prescribe un tratamiento "largo y difícil" en casa para combatir el mal. Un tiempo de descuento. En el país de los ciegos como Pedro Sánchez, el tuerto que por lo menos habla y escucha, como Albert Rivera, es el rey. Tan mal lo vio el líder del PP el martes, cuando el jefe de Ferraz no quiso ni oír hablar de desbloquear la legislatura, que si el presidente de Ciudadanos hubiera hecho también de don Tancredo como Sánchez, Felipe VI habría recibido ayer de Rajoy la negativa a seguir intentándolo.

Rivera, a cuyo oído susurra un vengativo personaje que no le perdona a Rajoy que no le hiciera la ola, sabe que va a ser más difícil explicar a los españoles que por un veto tribal les obligó a ir por tercera vez a las urnas que construir un relato de patriotismo –concepto al que se abraza habitualmente con menos complejos que el propio PP– que justificaría el apoyo al partido más votado, cimentado además en la puesta en marcha del 80 por ciento de las reformas por las que Ciudadanos dejó de ser una fuerza de ámbito catalán para ser un partido bisagra que no barre para intereses nacionalistas, sino nacionales.

Los nuevos tiempos que Rivera lleva años reclamando, con el debilitamiento de los secesionistas como instrumentos de chantaje a las instituciones de España (la antigua Convergència hablaba ayer de complot contra ellos), han llegado para quedarse, y seguro que Ciudadanos puede apuntarse buena parte de los méritos. Si, gracias al acuerdo con el PP, se limitan los mandatos, se acaba con buena parte de los aforamientos y con los indultos a los correligionarios políticos, y se regenera la democracia, pues a lo mejor la historia podrá reconocer la impronta de esta formación naranja en esos avances. Es una oportunidad única para un partido al que muchos desencantados del PP se agarraron para obligar a su partido de siempre a limpiar las cañerías. Hora es de ello.

Pero para que el PSOE deje de evocar aquello tan guerracivilista de "las derechas y las izquierdas" convendría que Rivera, que es más patriota que Sánchez, empezara la casa por los cimientos. Es decir, por que España tenga Gobierno, aunque no lo quiera vicepresidir.

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