May debuta con un discurso muy social y un ministerio del Brexit

Boris Johnson llevará Exteriores, Philip Hammond, la economía, y Osborne cae en desgracia

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Una de las muchas curiosidades de esa estupenda nonagenaria que es Isabel II es que deambula por el interior de Buckingham siempre con su bolso negro del ganchete. En una recepción, el actor Roger Moore le preguntó por qué lo portaba incluso dentro de su propia residencia: «Bueno, esta es una casa muy grande, ¿sabe?», le respondió la irónica soberana.

Isabel II, muy sonriente y con un vestido claro y floral, llevaba por supuesto su bolsito cuando ayer tarde recibió a Theresa May, a la que propuso ser la decimotercera primera ministra de su reinado de duración récord. May, de 59 años, la primera ministra más veterana desde 1976, aceptó la encomienda y besó protocolariamente las manos de su Reina.

Pero la sorpresa del día no estaba guardada en el bolso de Isabel II, sino en la mente de la primera ministra, con un gobierno que revoluciona la escena tory y un primer discurso con cargas de profundidad para la era Cameron.

May recupera a Boris Johnson, el rostro visible de la campaña del Brexit, que cuando apuntaba a primer ministro se vio arrollado por la zafia traición de Michael Gove. El carismático exalcalde de Londres la gozará en la vistosa cartera de Exteriores. Hay todavía más peso para el Out en el nuevo gabinete. David Davis, apasionado eurófobo, será el primer titular del nuevo ministerio de Brexit. El nombre de la naciente cartera no deja lugar a dudas sobre los planes: «Secretaría de Estado [ministerio] para la Salida de la UE». También incorpora a su Gobierno a otro duro del Out, el derechista Liam Fox, al que Cameron tuvo que apartar en su día de Defensa por favores a un lobista amigo. Fox será el responsable del Ministerio de Comercio Exterior, otra cartera claramente orientada a paliar las heridas de la ruptura.

Para compensar, Amber Rudd, que hizo una enérgica campaña por la permanencia, mofándose incluso de Boris en un sonado debate, pasa a sustituir a la propia May en Interior. El canciller de May, el hombre que llevará las cuentas, será el parsimonioso Philip Hammond, de 60 años, hasta ahora ministro de Defensa. Hombre templado y fiable.

Primer discurso en Downing Street

Desde Palacio, la nueva primera ministra se dirigió en el Jaguar gris oficial rumbo a Downing Street, con sus verjas abiertas y rodeada de público expectante, entre ellos media docena de manifestantes pro Brexit. Allí, en el mismo atril callejero donde se acababa de despedir Cameron junto a su mujer y sus tres hijos, May ofreció su primer discurso. Corto, enérgico y sorprendente: un canto a la justicia social, que en realidad –aunque ella se cuidó de expresar lo contrario- venía a voltear lo que ha sido en los últimos seis años la política económica de George Osborne, significativamente caído en desgracia y expulsado del Gobierno. Hace solo seis meses, parecía el sucesor natural de Cameron, era todopoderoso.

May enfatizó que trabajará «por un Reino Unido que funcione para todo el mundo, y no solo para unos pocos privilegiados». Arrancó elogiando a Cameron, «un gran primer ministro moderno», del que dijo que estabilizó la economía, redujo el déficit y aumentó el empleo. «Pero su verdadero alegado es la justicia social», añadió. Sin embargo no debe ser tanta esa justicia, pues acto seguido su sucesora dibujó un país de acusadísimas diferencias sociales, «donde si naces pobre te mueres nueve años antes que otros; si eres negro, el sistema de justicia criminal te trata más duramente que a un blanco; y si eres un blanco de clase baja, eres el que tiene las menores posibilidades de ir a la universidad».

Frente a ese panorama clasista, May prometió pelear contra la desigualdad: «El Gobierno que dirigiré no estará dominado por los intereses de unos pocos privilegiados. Haré todo lo que pueda para daros el control de vuestras vidas».

Un nuevo rol en el mundo

El otro asunto que quiso alzaprimar en su discurso no fue el Brexit, como cabría esperar, sino el problema del separatismo. Pasó por la ruptura con Europa de puntillas, tal vez porque el Gobierno que ha conformado ya lo dice todo al respecto. Señaló simplemente que buscarán «un nuevo rol positivo en el mundo al tiempo que dejamos la UE».

En cambio hizo gran hincapié en «los lazos preciosos de unión entre las naciones que conforman el Reino Unido» y quiso recordar que «mi partido se llama en realidad Partido Conservador y Unionista». Un aviso a los independentistas. La que será su mayor dolor de cabeza, la primera ministra separatista de Escocia, Nicola Sturgeon, la felicitó de inmediato con un tuit. Lo hizo con las correctas formas institucionales de los nacionalistas escoceses, muy distintas a las de sus pares catalanes: «Enhorabuena para la primera ministra Theresa May. A pesar de nuestras diferencias, espero que podamos construir una relación positiva de trabajo».

A las 18.07 de la tarde (una hora más en España), la puerta del Número 10 de Downing Street se cerró a las espaldas de Theresa y su marido Philip, un simpático alto ejecutivo de la City, que parece llevar con buen humor su rol de segundón a lo Denis Thatcher. Antes de irse, la nube de fotógrafos les había pedido que se besasen ante la puerta de la residencia oficial. Una solicitud así es no conocer de qué madera está hecha la hija del vicario, que por supuesto se negó, recibiendo su primer abucheo de la prensa.

May, dama que cuida su apariencia, vestía de negro, pero con unos curiosos bajos de chaqueta amarillos y chillones. Calzaba sus mocasines de las grandes ocasiones, de estampado de leopardo. Los zapatos llamativos son su marca de imagen. El tiempo dirá cómo pisa esta conservadora sólida, que llega alardeando de justiciera social.

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